Categorías
CATEGORÍAS: Educación MEDIOS: Clarín

Luces y sombras del modelo chileno

Las masivas movilizaciones estudiantiles de las últimas semanas son el síntoma de un sistema educativo en el que conviven un nivel de cobertura récord con fuertes desigualdades y el endeudamiento de las familias.

por Federico Poore
Clarín Educación, 17-08-2011

Las imágenes dieron la vuelta al mundo: cada semana, hace tres meses, miles de estudiantes salen a las calles de Chile y le reclaman al gobierno una educación de calidad. Apoyados por universitarios y profesores, este movimiento logró forzar la salida del ministro de Educación y que el presidente Sebastián Piñera anunciara cambios constitucionales para reformar el sistema. La pregunta surge de inmediato: ¿qué es el “modelo chileno” y por qué está en crisis?

“El chileno es un modelo mercantil basado en la competencia entre las instituciones, que genera una reproducción social cercana al lugar de origen de los alumnos”, explica a Clarín Educación Guillermina Tiramonti, especialista en educación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). “Tiene un Estado que regula el funcionamiento de un mercado de la educación y establecimientos que se reparten la torta de tres pisos que es la sociedad chilena. Por eso se produce una baja en la calidad”. Pero, ¿cómo y por qué se llegó hasta aquí?

Puntos fuertes… y no tanto
Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), Chile es uno de los países líderes en América Latina en acceso a la educación. Un informe publicado en 2004 destaca que desde principios de los noventa el país aumentó notablemente su inversión en infraestructura y consiguió que en diez años 469 mil alumnos nuevos ingresaran a un sistema que cuenta con tres millones y medio de estudiantes. Este es el punto más fuerte del modelo trasandino y es reconocido incluso por sus detractores.

No obstante, el estudio también advierte sobre la marcada desigualdad del tipo de educación que reciben los alumnos. “La segmentación social se ha profundizado, de manera que, en forma creciente, los estudiantes de sectores socioeconómicos similares asisten a las mismas escuelas”, señala la OCDE, que se refiere al modelo chileno como “un sistema escolar concientemente estructurado por clases sociales”.

De acuerdo al índice de Duncan, Chile es el segundo país con mayor segregación social del mundo, lo que significa que –en palabras del docente de la Universidad de Chile Marcel Claude– “los ricos estudian con los ricos y los pobres con los pobres”.

De acuerdo con Claude, existe una forma muy sencilla de probar la desigualdad del sistema educacional chileno. “A los siete u ocho años de edad, los niños de diferentes orígenes socioeconómicos tienen resultados casi idénticos, pero a los 16 y 17 años se expresan las diferencias y los estudiantes de orígenes altos presentan los mejores resultados”, señala.

En la actualidad, el Estado financia sólo el 25% del sistema educativo, mientras que el resto depende de los aportes estudiantiles. La gratuidad sólo está garantizada en el nivel inicial, ya que a partir del secundario todas las escuelas pueden cobrar cuotas.

El origen del problema
Los especialistas coinciden en que el origen del problema se encuentra en una reforma impulsada en 1981 por Augusto Pinochet. Fue entonces que el Estado nacional dejó de hacerse cargo de los establecimientos y se limitó a un rol subsidiario, creando tres categorías de escuelas: municipales (financiadas por el gobierno pero administradas por los municipios), particulares subvencionadas (escuelas que, siendo propiedad de privados, brindan educación a los sectores más vulnerables con recursos estatales) y particulares pagas.

Esta clasificación fomentó la creación de numerosos establecimientos particulares y la educación pasó a ser considerada un negocio del que podía participar cualquier chileno con recursos adecuados. De hecho, hoy el 56 por ciento de los establecimientos en Chile son escuelas privadas subvencionadas, que al ser particulares se reservan el derecho de seleccionar a los mejores estudiantes. Para los “peores” quedan las municipales.

“Pinochet reordenó el sistema con el criterio de la competencia, con la idea de que iba a generar más calidad, lo cual es un disparate”, evalúa Tiramonti, y agrega: “La ‘competencia’ en la educación no produce calidad, sólo estrategias para captar la matrícula”.

Veinte años de gobiernos de la Concertación no lograron modificar este esquema, y en 2006 un movimiento de estudiantes secundarios –llamados “pingüinos” por el color de sus uniformes– reclamó al gobierno de Michelle Bachelet el fin del lucro para las escuelas que reciben dinero del Estado y el traspaso de la gestión de las escuelas municipales al Ministerio de Educación. Las movilizaciones de este año, apoyadas por los profesores, recogieron estas demandas.

Para Tiramonti, los alumnos intentan llamar la atención sobre uno de los puntos más flojos del “milagro chileno”: que los años pasan y el crecimiento del país no se traduce en un mejor nivel educativo. La percepción es que Chile ostenta riquezas por primera vez en su historia, pero la educación que reciben las clases bajas y medias sigue siendo la de un país pobre.

Universidades: altos costos y deudas
La desigualdad también se expresa en nivel terciario, donde el millón de estudiantes de universidades privadas o públicas deben pagar aranceles que en muchos casos supera su capacidad económica.

“Chile tiene la educación universitaria más cara del mundo”, resume Claude, y justifica su afirmación en el hecho de que al costo de los aranceles “hay que sumar el endeudamiento, pues el apoyo del Estado a la educación superior se ha ido concentrando progresivamente en el sistema de créditos”. El propio Banco Mundial admite que los costos de estos préstamos pueden llegar a ser tan caros como los de una hipoteca, ya que están en torno al 174% de un sueldo anual y los índices de morosidad llegan al 50%.

“Ciertamente ha habido una masificación de la cobertura, pero con costos altísimos, aportes minúsculos del estado, poca transparencia, un libertinaje de mercado completamente desregulado, con universidades que ‘venden cartones’ a estudiantes que literalmente no entienden lo que leen”, lanza Mario Waissbluth, secretario ejecutivo de la ONG chilena Educación 2020. “El resultado neto es que de cada 100 estudiantes que ingresan a la educación superior, 40 desertan y terminan endeudados, 30 obtienen un cartón inservible que no les permite pagar su deuda ni en treinta años, y sólo treinta logran un título de calidad que les permite tener un empleo satisfactorio. No es casualidad que 200 mil hayan salido a la calle a protestar”, concluye.

Por Federico Poore

Magíster en Economía Urbana (UTDT) con especialización en Datos. Fue editor de Política de la revista Debate y editor de Política y Economía del Buenos Aires Herald. Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA), escribe sobre temas urbanos en La Nación, Chequeado y elDiarioAR.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *