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Vigilar y segmentar

Los cambios en la política de privacidad de Google, y un modelo de negocios que se alimenta de los datos provistos por los usuarios para generar publicidades personalizadas.

por Federico Poore
Debate, 04-02-2012

La semana pasada, los usuarios de Google recibieron en su casilla un correo electrónico en el que la empresa anticipaba la entrada en vigencia de una nueva política de privacidad. “Si tenés una cuenta en Google y estás logueado, podemos combinar información que ingresaste en un servicio con la información de otras aplicaciones”, sintetizó la compañía dirigida por Larry Page. Rutinario en apariencia, el anuncio representa un cambio radical en los niveles de intimidad para más de mil quinientos millones de personas. ¿Cuáles son sus implicancias?
Ante todo, una aclaración. Google siempre guardó datos de sus usuarios. Algunos habrán notado, por ejemplo, que al ingresar a la aplicación Maps (maps.google.com), la empresa “recordaba” ciertas direcciones que uno había buscado meses atrás. Pues bien, a partir del 1° de marzo cualquier aplicación de Google sabrá lo que buscaste en las otras, de manera tal que si uno busca “vacaciones en Brasil” en Google y luego va al sitio de videos YouTube, quizá aparezcan videos de Brasil. Tal como explica el sitio Gizmodo, esto es lo nuevo: antes los datos estaban compartimentados entre servicios.
Google asegura que la integración de los distintos productos permitirá producir un montón de “cosas copadas” (cool things) para ayudar a los usuarios. “Podremos entender mejor qué versión de Pink o de Jaguar estás buscando y obtendrás más rápido esos resultados”, promete la empresa, y agrega que ahora podrá avisarte que estás llegando tarde a una reunión “basado en tu ubicación, tu calendario y el estado del tráfico de ese día”. Después de todo, son varios los que tienen una cita marcada en el Calendar y el GPS activado en un teléfono con el sistema Android.
¿Qué aplicaciones tomará Google para obtener este acabado registro de nuestro historial en Internet? En principio, Blogger, YouTube, la red social Google+, Google Maps, el sitio de fotos Picassa, Android (y su mercado de aplicaciones Android Market), la herramienta de colaboración online Google Docs, Google Calendar, el proveedor de correo electrónico Gmail, además de todas las búsquedas que alguna vez hiciste en Google estando logueado.
Más aún: a partir de marzo, Google lo tratará a uno como un usuario único a través de todas las cuentas, lo que sin dudas traerá algunos dolores de cabeza para quienes buscan mantener a salvo su perfil profesional. Una persona conocida en Google+ por su nombre real (supongamos, Alfredo Rodríguez) difícilmente quiera ver su nombre y apellido asociado a los videos de gatitos que suele buscar en YouTube como Alfredo73.
El nuevo panorama generó malestar entre varios expertos que antes elogiaban el modelo de la empresa, cuyo famoso eslogan rezaba “Don’t be evil” (no seas malvado). El 25 de enero, The Washington Post criticó los cambios en una columna que lamentaba el fin de la Internet anónima: “Google, ¿qué pasó? Pasaste de eficiente a impertinente, de intuitivo a invasivo. Te estás convirtiendo en una repetición inepta de todo lo que ya nos molestaba cuando Facebook lo hacía”.
¿Por qué Google hace esto? La respuesta se encuentra en su propio modelo de negocios. Al igual que sucede con Facebook, gran parte de los ingresos de la empresa con sede en Mountain View -10.584 millones de dólares sólo en 2011- son publicitarios. Esta máquina de generar dinero (triplicó sus ingresos en los últimos tres años) funciona agrupando personas en torno a determinados intereses para luego ofrecerles productos específicamente dirigidos a su segmento.
Concretamente, Google aprovecha la información ingresada por sus usuarios para generar una enorme base de datos con los intereses de cientos de millones de personas. Lo que vende por medio de su programa AdWords- es la capacidad de anunciar para ciertos grupos personalizados. Llegados a este punto hay que ser claros: a diferencia de algunos bancos, Google no vende información personal, sino segmentos de audiencias, tales como “rosarinos de entre 24 y 35 años a los que les gusta Madonna”. El consumidor final jamás es individualizado, lo que coloca a las prácticas del gigante de Internet lejos de los alcances de la ley 25.326 de Protección de los Datos Personales.
De todas maneras, no hace falta ser fanático de las teorías conspirativas para alarmarse con la cantidad de datos sensibles que maneja la compañía, sobre todo cuando esta información es procesada para fines distintos a los deseados por los usuarios. ¿Realmente queremos que todo lo que alguna vez buscamos o compartimos en los servicios de Google -palabras clave, direcciones, números de teléfono, documentos, videos, intereses- sea indexado por la empresa para generar “mejores resultados” o “publicidades más relevantes”?
El problema no es que esto exista como opción: después de todo, siempre habrá algún hipster que elija jactarse frente a sus amigos que Google acaba de recomendarle una pizzería con descuento porque la empresa ya sabe que los viernes a la noche siempre llama al delivery. El tema es que ese nivel de intromisión aparece en todos los productos por definición, y para desactivarlo hace falta un nivel de conocimientos que excede a la mayoría de los usuarios. Aun cuando uno logre bajar una enorme cantidad de su información de la red, Google cruzará los datos que queden.
Los críticos destacan que la empresa no ofrece alternativas a quienes no quieran aceptar los nuevos términos. Quienes no deseen compartir sus datos de acuerdo al nuevo modelo deberán cerrar su cuenta de Gmail, dar de baja su suscripción a Picassa, eliminar su usuario de YouTube o su blog en Blogger (más difícil la tienen los usuarios que compraron un teléfono que funciona con el sistema Android).
En este marco, la cuestión de fondo sigue siendo la puja entre comercio y privacidad. Esta tensión no nació con Google ni con Facebook, pero se intensificó en la era de las redes sociales, cuando de pronto todos los datos personales que las leyes protegieron durante tanto tiempo aparecieron en la red, voluntariamente ingresados por personas que decidían “contarle al mundo” sus gustos e intereses. “Pero ocurre que en muchos casos el efecto sería exactamente opuesto”, explica la antropóloga Paula Sibilia en La intimidad como espectáculo (Fondo de Cultura Económica, 2008). “Actuando de ese modo, al responder con sus propias voces a las exigencias de hablar de sexo y hablar de sí mismos, los sujetos no estarían más que alimentando los voraces engranajes de la sociedad industrial, que necesita saber para perfeccionar sus mecanismos”. En suma, las acciones detrás del targeted marketing: vigilar y segmentar.

Por Federico Poore

Magíster en Economía Urbana (UTDT) con especialización en Datos. Fue editor de Política de la revista Debate y editor de Política y Economía del Buenos Aires Herald. Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA), escribe sobre temas urbanos en La Nación, Chequeado y elDiarioAR.

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