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Maestros en crisis

La recuperación del salario docente es un paso necesario, aunque insuficiente, para jerarquizar el papel de los educadores argentinos. Las deudas pendientes

por Federico Poore
Debate, 03-08-2012

El ritual se repite cada comienzo del ciclo lectivo. Un acuerdo salarial se retrasa y los gremios amenazan con ir al paro; los contactos de último momento fracasan, la huelga se hace, los padres protestan; el Gobierno mejora su oferta, los maestros acuerdan. Se dice que este tira y afloje es una de las consecuencias lógicas de la reinstalación de las negociaciones paritarias; sin embargo, el esquema termina dejando de lado la discusión por otros temas, que exceden a los sueldos, y vuelve a la opinión pública en contra de los docentes. ¿Hasta qué punto se superó la crisis en el sector? ¿Cuáles son los nuevos desafíos a los que se enfrentan los educadores argentinos?
“La idea de que la educación está en crisis aparece en todos los discursos desde la década del sesenta y en algún punto tiene sentido, porque es cuando el sistema que se pensó durante la última parte del siglo XIX comienza a dar muestras de insuficiencia”, sostiene Myriam Southwell, coordinadora del Área Educación de Flacso y profesora de la Universidad Nacional de La Plata. Ensayando un balance más reciente, la investigadora reconoce que los salarios mejoraron en los últimos años y entiende que esa cifra, además, se ha ido blanqueando progresivamente. “Hoy existe un reconocimiento implícito de que las demandas no son tanto por un aumento o un incentivo, sino por otros temas de la agenda”, resume.
La titular de la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (Ctera), Stella Maldonado, dice que el pico de la crisis fue entre 1996 y 2003, “cuando las escuelas se habían convertido casi en campos de refugiados y los docentes cobraban mal, tarde y con bonos”. “No estamos más en ese período donde los chicos venían descalzos a la escuela o se desmayaban en clase”, ilustra Maldonado, al tiempo que pide dirigir la atención hacia nuevos problemas, acaso menos urgentes pero no por eso menos importantes.

AL BORDE DE UN ATAQUE DE NERVIOS
En las últimas semanas reapareció el discurso sobre la falta de maestros y se habló de una supuesta crisis vocacional. El ministro de Educación porteño, Esteban Bullrich, dijo que la caída en la matrícula para las carreras de formación docente estaba vinculada a que los docentes hoy pagan impuesto a las ganancias y pidió su eliminación. Eduardo López, de UTE, le salió al cruce y argumentó que si esto fuese así la falta de aspirantes “ocurriría en todas las jurisdicciones y en realidad en la provincia de Buenos Aires hay listas de espera para ingresar a la docencia”.
La polémica sigue abierta, pero los especialistas creen que no se trata solamente de un tema de ingresos. Ante todo, es importante tener en cuenta cómo es y cuánto dura la carrera que deben cursar aquéllos que buscan desempeñarse al frente del aula. Las fuentes consultadas consideran que el circuito de formación docente dura unos diez años -entre el profesorado y un cierto período de adaptación-, y que lo que se está viendo en los últimos tiempos son los efectos de una “fuerte restricción de ingresantes” a principios de la década pasada.
El investigador Ricardo Donaire, en tanto, cree que poner el acento en los ingresos trastoca el argumento. “¿Podemos afirmar linealmente que cuanto más ganan, mejor hacen su trabajo?”, se pregunta en el reportaje que acompaña esta edición. Incluso si así fuera, agrega Southwell, el imaginario social considera a la docencia no sólo como una profesión mal paga sino además como un trabajo con condiciones muy difíciles.
En ese sentido, uno de los temas menos tratados hasta ahora tiene que ver con la salud de los maestros. “Se habla mucho del ausentismo, pero nadie explica los efectos de trabajar con chicos ocho horas por día”, dice Maldonado. El gremio que conduce viene exigiendo desde hace años la firma de un acuerdo sobre salud laboral que incluya planes de prevención para las afecciones más recurrentes, entre las que se encuentran enfermedades de la voz y aquéllas causadas por una mala postura. Más aún: en mayo último, el ministro de Educación Alberto Sileoni reveló que los padecimientos por largo tratamiento -aquéllos que más ayudan a explicar el fenómeno del ausentismo docente- son mayormente de índole psiquiátrica, lo que lleva a otro fenómeno con el que los educadores deben lidiar a diario: la sobrepoblación en las aulas. La titular de Ctera explica que durante la década del noventa había muchos cursos con cuarenta chicos y que, si bien la cifra disminuyó en los últimos tiempos, quedan algunos “bolsones” en el Norte del país y en la Ciudad de Buenos Aires, donde en los últimos años se construyeron muy pocas escuelas.
Como referencia para una educación de calidad, y a tono con las recomendaciones internacionales, la gremialista sugiere un máximo de veinticinco chicos por curso, lo que supone inaugurar escuelas allí donde hay una mayor demanda de vacantes. Enfrentar estos nudos problemáticos ayudaría a combatir las altas tasas de ausentismo tan denostadas por padres y funcionarios.

PREMIOS Y CASTIGOS
Mientras tanto, un fantasma recorre los pasillos de los gremios: el fantasma de la evaluación docente. Las primeras señales salieron del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, que con el pretendido objetivo de trabajar sobre la “calidad educativa” a principios del año pasado blanqueó sus intenciones de evaluar a los docentes, algo que los gremios denuncian como el primer paso de una política que termine atando la productividad al salario.
Este tipo de medidas -avaladas por el Banco Mundial y ensayadas a medias en otros países- fueron cuestionadas por la mayoría de los investigadores. Southwell da el ejemplo de Brasil, donde los docentes reciben un plus salarial por productividad, “algo que muchas veces implica una hiperproducción de trabajo, pero que no necesariamente redunda en una mayor calidad”.
“Es cierto que la evaluación docente, así como la de los alumnos, debería ocupar un lugar más protagónico. El tema es qué uso se hace de esta evaluación”, explica Cecilia Veleda, coordinadora del Programa de Educación de Cippec. Siguiendo el argumento de Veleda, los incentivos al buen desempeño deben existir, pero por otros medios que no lleven al pago por resultados como, “por ejemplo, generando alternativas a la carrera docente: que la dirección de una escuela no sea la única instancia de progreso”.
Sin embargo, los mismos especialistas reconocen que es difícil dar un debate sensato en torno a la evaluación cuando sus principales impulsores encabezan, al mismo tiempo, una embestida contra los “privilegios” docentes. “Hay que terminar con este fantasma de que todo lo que se puede hacer es ajustar o romper el Estatuto Docente, pero el mensaje de Cristina Kirchner en la Asamblea Legislativa ciertamente no ayudó”, dice Southwell, refiriéndose al reto público de la mandataria luego de las medidas de fuerza en el inicio de clases, ocasión en que la Presidenta aseguró que los maestros “trabajan cuatro horas y tienen tres meses de vacaciones”. El jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri, no se quedó atrás, y directamente acusó a los docentes de vagos. “Mucha gente se cree que tiene derecho a cobrar un sueldo por no hacer nada”, sostuvo al justificar la política de descontar los días no trabajados tras uno de los tantos paros que enfrentó su gestión.

MEJORES CONDICIONES
A diez años de la mayor crisis económica que vivió el país, el sector tiene por delante numerosos desafíos. Y aunque muchos de ellos van más allá de lo monetario, uno de los objetivos vinculados al salario persiste: que los educadores puedan vivir con un solo cargo. Muchos maestros hoy circulan por cuatro o cinco escuelas, cuando lo ideal sería que trabajaran en una sola. En ese sentido, el próximo paso podría pasar por establecer horas pagas para que los maestros puedan planificar las clases, seguir las trayectorias de los estudiantes y compartir sus experiencias con otros profesionales. En el largo plazo, las tareas que hoy se hacen fuera del horario laboral deberían estar contempladas en el sueldo docente, algo que implica repensar todo el sistema.

Secundaria, la reforma pendiente

La opinión que circula en el ambiente educativo es que la crisis más notoria se expresa en el nivel medio, que en sus orígenes se propuso formar a los futuros dirigentes (a diferencia de una primaria que siempre se pensó “para todos”) pero que de a poco comenzó a recibir una población cada vez más heterogénea, para brindar una salida que no necesariamente conducía a la universidad sino también al mundo del trabajo.
En este marco, el Estado decidió imponer en 2006 la obligatoriedad del secundario, una medida que fue acompañada por el regreso a una orientación generalista que terminaba con la experiencia del Polimodal. Este cambio, dice Southwell, fue positivo pero insuficiente. “No alcanza con restituir la vieja escuela, porque aquélla sigue teniendo la matriz academicista en donde no entra la cultura contemporánea”, asegura. Maldonado coincide. “La secundaria necesita una renovación muy profunda que todavía no ha sucedido. Hace falta otro tipo de organización; por ejemplo, la posibilidad de que los estudiantes cursen materias cuatrimestrales u optativas”, dice la titular de Ctera, que aprovecha para lanzar la punta de un futuro debate: “Nos parece excelente que se distribuyan las netbooks, pero existe un atraso en la preparación de los docentes para ofrecer contenidos digitales”.

Por Federico Poore

Magíster en Economía Urbana (UTDT) con especialización en Datos. Fue editor de Política de la revista Debate y editor de Política y Economía del Buenos Aires Herald. Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA), escribe sobre temas urbanos en La Nación, Chequeado y elDiarioAR.

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