Categorías
CATEGORÍAS: Entrevistas CATEGORÍAS: Política CATEGORÍAS: Sociedad CATEGORÍAS: Tapas MEDIOS: Debate

Entrevista a José María Arancedo

El flamante presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, monseñor José María Arancedo, analiza el futuro de la Iglesia y anticipa la relación que mantendrá con el gobierno nacional.

por Federico Poore
Debate, 07-01-2012

Fue el candidato del consenso para suceder al cardenal Jorge Bergoglio al frente de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA). “Un radical moderado”, lo definieron en el Episcopado, perfil que se impuso en las preferencias de decenas de obispos que consagraron al actual arzobispo de Santa Fe como la máxima autoridad eclesiástica del país.
La entrevista con Debate se desarrolla en la sede del Episcopado, sobre la calle Suipacha, en el centro de Buenos Aires, una antigua casona que sirvió de residencia al presidente Roberto Marcelino Ortiz. Aislado del frenesí del microcentro porteño, Arancedo insiste en mostrarse como una garantía de continuidad de la gestión anterior, aunque lejos de los “chisporroteos” que caracterizaron la relación entre la Iglesia y el kirchnerismo. “Sería bueno que de un lado haya propuestas y del otro oído para escuchar”, propone.

¿Qué lectura hace de su designación al frente de la Conferencia Episcopal?
Es un cambio institucional, pero no es independiente de lo que pasa en la Iglesia. Piense que presido un cuerpo que renueva sus autoridades cada tres años y cuyos dirigentes sólo pueden ser reelegidos por un período.

¿Por qué usted y por qué en este momento?
Yo era vicepresidente segundo y los dos que estaban conmigo, por diversos motivos, no podían ser presidentes: el cardenal (Jorge) Bergoglio no podía ser reelecto y monseñor (Luis Héctor) Villalba había renunciado por edad. Quedé como el único de la vieja ejecutiva. Así que eso también debe leerse como una expresión de continuidad. Después habría que preguntar a los obispos por qué me eligieron.

¿Observa una nueva etapa?
En la Iglesia, no. La Iglesia es una continuidad con cambios, con matices, pero dentro de un proyecto que se viene realizando. Implica continuidad, tradición, historia, es algo permanente. Por otra parte, la Argentina hace varios años que viene teniendo una serie de expresiones pastorales, como el Camino al Bicentenario y la Misión Continental, documentos que funcionan como un marco referencial de una Iglesia que sabe lo que es. ¿Qué es la Iglesia? La presencia, histórica, viva del evangelio de Jesucristo. Auténtica, coherente, entusiasta, permanentemente en este camino de conversión y cerca de la gente.

Su antecesor en el cargo, Jorge Bergoglio, tuvo algunos cortocircuitos con el gobierno del ex presidente Néstor Kirchner.
Más allá de sus chisporroteos, la relación siempre fue institucionalmente respetuosa. La Iglesia debe tener con el poder político una actitud de autonomía, por un lado, y de cooperación, por el otro. No somos políticos opositores ni oficialistas. Somos pastores que, contemplando la realidad y ejerciendo nuestra responsabilidad, tenemos como autoridad política muchos momentos de encuentro. De hecho, estuvimos reunidos con la Presidenta en un encuentro muy sincero. Así que creo que hay un diálogo y una cercanía respetuosa. La relación es buena y amable.

¿Recibió como un gesto el hecho de que Cristina Kirchner le haya concedido una entrevista horas después de haber sido elegido como presidente de la Conferencia Episcopal?
Lo valoré mucho y se lo dije. Creo que es un gesto que demuestra una actitud distinguida.

¿Qué se charló durante esa reunión?
De todo. En especial, aspectos culturales y espirituales que hacen a la dignidad humana y al desarrollo del hombre. Hablamos de la familia y de temas sociales que preocupan, como la droga o la desocupación. Para nosotros, hablar de la vida no es sólo hablar del embarazo, el primer derecho que tiene esa vida que ya existe, sino también de la ancianidad y del estado de los chicos. No es una estrategia política ni demagógica; habla de nuestro compromiso con Jesucristo y de su cercanía con el que sufre.

En su mensaje navideño, usted hizo una encendida defensa de “la vida por nacer”. ¿Cómo observa la Iglesia Católica los distintos proyectos sobre la interrupción del embarazo?
Como argentino, como sacerdote y como hombre de Iglesia me duele que, en estos momentos, la Argentina no esté valorando en toda su dimensión el respeto a la vida naciente. Donde hay vida creo que hay que callarse, no partir de un derecho absoluto de libertad.

¿Cuál sería ese “derecho absoluto”?
Cuando mi libertad decide sobre la vida del otro no tiene en cuenta lo dado, lo que existe, sino que parte de un sujeto que va construyendo sin límites. El constructivismo es una libertad que no se detiene ante lo que existe. Es un tema cultural de fondo que a la Iglesia le preocupa mucho. En otras cosas tal vez me puedo mover con una libertad distinta, pero frente a este tema…

Años atrás otros proyectos sociales enfrentaron a la Iglesia con el Gobierno. ¿Éste es un límite?
El aborto es un límite. En este tema, la ciencia está junto a la Iglesia. No se puede dudar. La vida existe: que yo llegué a nacer, gracias a Dios. Podría no haber nacido.

La Presidenta tiene una postura personal contraria al aborto.
Pienso que sí, ya que así lo manifestó.

En caso de que prospere en el Congreso alguno de los proyectos sobre despenalización, tal como sucedió en Uruguay, ¿espera un veto presidencial?
No sé, no me atrevo a decir eso, pero creo que la postura de la Presidenta es clara. No olvidemos que estamos en un tema no religioso, y presidentes como Tabaré Vázquez, como médico, vetó un proyecto. Incluso movimientos que han estado distanciados de la Iglesia, como los verdes, los ecologistas, con su consigna de “defensa de la vida”, empiezan a pensar “no podemos entrar en una cultura anti-vida” partiendo desde una supuesta defensa de libertades.

En sus discursos públicos ha expresado su preocupación sobre la cuestión social y la pobreza en la Argentina. ¿Cuáles son los avances y cuáles las deudas pendientes de esta etapa?
Con respecto a la pobreza, lo fundamental es crear una cultura del trabajo. Es una cosa muy importante que implica tener proyectos a largo plazo: la mayor pobreza es no poder trabajar. A veces, el consumo que uno hace se da dentro de una misma estructura de pobreza, dentro de una villa que no tiene agua, que no tiene cloacas, donde uno no tiene oportunidades… Salir de la pobreza es empezar a tener proyectos: una casa, trabajo, agua potable. Es decir, salir de una estructura que va marginando a quienes están en ella por más que uno tenga artefactos de última generación.

¿Qué entiende usted por “cultura del trabajo”?
Implica toda una antropología social; no solamente vivir hoy sin pensar en mañana sino vivir hoy pero también pensar en un mañana a través de proyectos: “Estoy estudiando. Tengo una novia y quiero casarme. Quiero construir una casa. Quiero poner una pequeña empresa”. Si no, el futuro pasa a ser el presente, el presente se cierra sobre sí mismo y el hombre termina siendo un esclavo.

Más allá de la cuestión social, más activa en los últimos años, ¿cómo encuentra la actividad pastoral de la Iglesia?
La Iglesia tiene que examinarse a sí misma y responderse la pregunta de por qué existe. La respuesta es que existe desde la época de Jesucristo para transmitir un mensaje, es una Iglesia transmisora. Su objetivo es llevar al hombre al encuentro con Jesucristo y con el Evangelio, lo que marca el principio de una vida nueva. La Iglesia tiene que saber usar mejor los medios de comunicación y utilizarlos tal como se los usa ahora, para ir formando el inconsciente colectivo que va creando una cultura.

Ante la ausencia de un discurso católico eficaz, ¿cuál sería ese estado cultural que prevalece?
Todos decimos “televisión basura”, pero todos la vemos, mientras los empresarios y anunciantes que quieren vender la van sosteniendo. Está ese planteo cultural de base, y el hombre resulta víctima de eso. Por eso es tan importante la tarea de la escuela, no sólo para contener a los chicos sino para darles capacidad crítica, ponerlos de pie. La llave del progreso es una nueva cultura que implique la capacidad de decir que no. A veces, a un chico le cuesta decir no, por eso a un chico o una chica empezar a morder el Evangelio lo puede ayudar a tener capacidad crítica, pureza, fidelidad… Pero tampoco quiero dar un sermón (risas).

En 2008, la primera Encuesta Nacional sobre Creencias y Actitudes Religiosas del Conicet señaló que seis de cada diez argentinos se relacionan con Dios “por su propia cuenta”. ¿Advierte este fenómeno de salida de las instituciones?
Sí, sin dudas ha crecido la dimensión espiritual abierta del hombre. A ver: creo que la dimensión religiosa siempre está presente. El hombre es un ser espiritual y ese espíritu tiene un horizonte de absoluto, no se satisface solamente con lo que recibe. Es una capacidad de pregunta y de apertura trascendente. Ahora bien, la respuesta a esto debe ser institucional. Para la Iglesia es un desafío poner en relación esa dimensión espiritual con el Evangelio y con Jesucristo. Hay que decir, además, que en un mercado religioso abierto se cuelan muchas cosas más del orden consumista, y eso debe motivar a la Iglesia a fomentar comunidades donde la gente que se acerca se sienta unida, contenida, a gusto.

¿Cómo se logra eso?
La dimensión social de la Iglesia debe ser ese lugar donde las personas se encuentren con Dios, pero también con una comunidad: no simplemente un encuentro individual egoísta con Dios. San Juan decía: “Predicamos el evangelio de Jesucristo para que entren en comunión con nosotros”. Descubrir la dimensión “comunional”, digamos, de la fe.

Debe haber en la Iglesia cierta tensión cuando quienes la conducen se preguntan cómo fomentar la apertura sin perder la propia identidad.
La identidad no hay por qué perderla. Tenemos un ancla que es la cercanía a Jesucristo, que está puesta no sólo en el pasado sino también adelante, a futuro.

¿Cómo recibe el crecimiento de los grupos pentecostales y evangelistas?
Bien; pienso que la Iglesia ha avanzado mucho con todo el movimiento de renovación carismática. Responden, a veces, a una necesidad en la gente que esos grupos cumplen. Lo que uno lamenta es que esa gente que se ha ido de la Iglesia después vuelve, pero con algunas heridas.

Usted es primo hermano de Raúl Alfonsín. ¿Cómo lo recuerda?
Bien, con mucho cariño. Nuestras madres son hermanas, lo asistí en el último tiempo. En sus últimos dos meses me llamaba y yo iba. Se confesó muy bien, comulgando. Por eso, cuando murió, su familia me pidió que celebrara la misa en el Congreso. Podría no estar de acuerdo en muchas cosas -tuvimos oportunidad para discutirlas-, pero creo que fue un hombre honesto, íntegro y hasta diría pobre. Cuando dejó el gobierno siguió en el departamento donde vivía antes: un octavo piso, contrafrente. Fue el testimonio de un Presidente que no se enriqueció.

¿Qué opina del momento actual del radicalismo?
No soy miembro del partido; creo que es una cuestión más de ellos.

Como presidente de la Conferencia Episcopal, ¿se considera una figura política central?
No me considero un político, aunque creo que hay que valorar la política. Algunos decían que la política es una expresión de caridad social, la mediación entre las ideas y la realidad. Si falta la política, falta ese espacio de reflexión, de diálogo, de consenso y se pasa de la idea a la realidad sin justicia, después viene del otro lado la represión, y ya sabemos qué pasó en la Argentina cuando faltó la política… Hay que ser conscientes de la responsabilidad de ser político.

¿En qué sentido?
Las Cámaras (legislativas) deben generar leyes que tengan un sentido pedagógico. En la tarea del político hace falta compromiso con los valores, ejemplaridad de vida, austeridad, vivir pendiente de proyectos y, sobre todo, saber que cuando se es gobierno uno tiene que escribir la página de un libro, no el libro entero. El político tiene que pensar que el libro de la política tiene veinte, treinta, cuarenta años, “pero qué bueno que fue escribir esta parte de esa historia”. La política debe tener proyectos que la trasciendan, no sólo mi espacio pequeño donde se empieza a confundir Estado con gobierno. Hay que prestar toda la colaboración que sea necesaria y discutir, y que esa discusión se dé entre una madura oposición y un respetuoso oficialismo, para que entre la madurez y el respeto se vaya creando esa cultura que el país necesita.

¿Cree que se está avanzando en esa búsqueda de consensos?
Espero que se vaya dando. Hay signos de esto en diversas áreas. Cuando venía de Santa Fe escuchaba por radio las declaraciones de algunos dirigentes agropecuarios, ya con otro discurso. Sería bueno que de un lado haya propuestas y del otro oído para escuchar, ya que los enfrentamientos estériles nos aíslan. A veces, el entretenimiento de políticos termina siendo pobreza de país.

Por Federico Poore

Magíster en Economía Urbana (UTDT) con especialización en Datos. Fue editor de Política de la revista Debate y editor de Política y Economía del Buenos Aires Herald. Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA), escribe sobre temas urbanos en La Nación, Chequeado y elDiarioAR.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *