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Entrevista a Oscar Valdovinos

El especialista en derecho laboral Oscar Valdovinos analiza el escenario sindical y la necesidad de modernizar el aparato productivo argentino.

por Federico Poore
Debate, 11-02-2012

Fue amigo de Ernesto “Che” Guevara, dirigente del Partido Intransigente, abogado de la Unión Ferroviaria y director del Banco Provincia. Hoy, con 81 años, Oscar Valdovinos es uno de los especialistas más reconocidos en Derecho laboral.
En diálogo con Debate, Valdovinos estima “improbable” que el titular de la CGT, Hugo Moyano consiga los apoyos necesarios para seguir al frente de la central después de julio y le reclama al movimiento sindical que reflexione sobre la “sintonía fina” anunciada por la presidenta Cristina Fernández. “O se reparte mejor el trabajo, o vuelve la desocupación”, dispara.

¿Cómo explica las actuales tensiones en el movimiento sindical?
Hay múltiples causas. Algunas son circunstanciales, otras son personales y otras tienen que ver con fenómenos mucho más complejos. Lo circunstancial es que Moyano está jaqueado en su condición de secretario general de la CGT y enfrenta una renovación de mandatos. Evidentemente, hay sectores muy diversos que desearían reemplazarlo y me parece que ha elegido acentuar los perfiles de su personalidad combativa, al estilo “matón de la cuadra”. Esto tiene que ver con dos inseguridades que tiene Moyano: si va a contar o no con los votos para ser reelecto y algunas situaciones jurídicas que seguramente le preocupan. Estos son los factores circunstanciales, pero también existen otras cuestiones vinculadas el desarrollo del movimiento obrero.

¿Cuáles serían estas cuestiones?
Hasta mediados del siglo XX, el movimiento sindical fue la expresión orgánica de todos los pobres del mundo, más allá del obrero industrial. Allá por la década del ’60, Harold Laski decía que los sindicatos habían sido el factor de democratización más importante de los últimos dos siglos. Sin embargo, en algún momento dejaron de serlo. La lucha constante del movimiento sindical fue generando una mayor participación en la distribución de la renta, lo que convirtió en los trabajadores regularmente registrados en una capa de la clase media. Hoy es absurdo seguir pensando que la clase trabajadora sindicalmente organizada, con cobertura de salud y un contrato regular, constituye aquel proletariado del cual el Manifiesto Comunista decía que no tenía nada que perder, salvo sus cadenas. Tienen para perder el auto, la casa…

Sin embargo, esta situación vale sólo para el sector registrado de los trabajadores.
En efecto, el problema actual es que en el tránsito de la sociedad industrial fordista hacia esta nueva sociedad tan difícil de definir, cierto sector de la producción ha dejado de preocuparse por mercados ampliados y produce para un segmento restringido de alto poder adquisitivo, lo que es compatible con que un sector de la sociedad permanezca excluido de la producción y del consumo. Hoy parte de la sociedad funciona dentro de este nuevo marco, incluyendo a la clase trabajadora en blanco. Pero queda afuera un sector muy ponderable: 34 por ciento de trabajadores precarios y siete por ciento de desocupación lisa y llana, el nuevo proletariado. Y ese sector no está representado.

¿Cómo explica esta crisis de representación?
Los sindicatos tienen una imagen negativa. La sociedad no ve al sindicato como un instrumento de lucha social. Una enorme cantidad de población, incluyendo parte de los trabajadores, ven al sindicato como una corporación. Entonces, el sindicato o bien se vuelca a una actitud de mera denuncia -cosa que ocurre con algunas pequeñas organizaciones nucleadas en la CTA, sin capacidad de incidir en los procesos-, o hace el esfuerzo de reconstituirse como un instrumento del cambio. Hoy se limitan a ser los representantes de la mano de obra como insumo de la producción, o defender el poder adquisitivo de los trabajadores.

¿Por qué cree el sindicalismo no pudo obtener una expresión política propia en la Argentina?
Hay factores objetivos y subjetivos. Creo que Hugo Moyano no es Lula, aunque de vez en cuando aluda a la posibilidad de cumplir un rol semejante. Nadie puede discutirle a Moyano el haber sido una excepción dentro del movimiento sindical argentino durante los noventa, al enfrentar las políticas de tierra arrasada del neoliberalismo mientras la inmensa mayoría de los dirigentes se rendían ante esa política o participan de ella. Sin embargo, me parece que ahora no está bien ubicado en este proceso, que hoy no pasa simplemente por aumentar los salarios en forma indefinida sino por transformar toda una realidad. Y en ese sentido, el movimiento sindical argentino no se ha preocupado por ser la voz de los que no tienen voz.

¿Qué pasó con la Central de Trabajadores Argentinos?
La CTA vio el problema, intentó hacer algo al respecto -organizaciones como las que lidera Luis D’Elía o la Tupac Amaru forman o formaron parte de la central-, quiso correr las fronteras de la organización sindical, pero no tuvo éxito. Si a la CTA le sacamos CTERA y ATE, no existe más que como una federación de movimientos sociales. Pero al menos le cabe el mérito de haber visto el problema. La CGT no lo vio, y si lo vio no le generó una preocupación. Hoy los sindicatos que la integran representan al personal en blanco, y les cabe un reproche muy generalizado sobre el trabajo en negro. A mí no me hagan cuentos: si un sindicato quiere descubrir trabajadores en negro, los descubre. Y esto no ha ocurrido: la industria textil, la industria de la construcción, la gastronomía están llenas de trabajadores precarios, y estoy citando deliberadamente sindicatos que responden a distintas corrientes internas. Esto explica por qué este movimiento hoy no tiene un piso político.

En julio finaliza el mandato de Hugo Moyano al frente de la CGT. ¿Quién cree que tiene chances de disputarle la dirección de la central?
Me parece difícil la reelección de Moyano. Me da la sensación de tras este forcejeo resulta improbable que reúna los apoyos necesarios. Quiero creer que es imposible que el péndulo vaya a parar a los Gordos, sería una regresión histórica difícil de aceptar. En el medio están los independientes, que tienen chances de ofrecerse como término medio razonable. Lo que pasa es que tampoco tienen muchas figuras: la UPCN (Unión de Personal Civil de la Nación) queda afuera, Gerardo Martínez primero tendrá que aclarar qué cargo tenía en el Batallón 601… Quizás pueda ser (José Luis) Lingeri. Recordemos que en la época de Perón nunca el sindicato general de la CGT fue un dirigente de sindicato grande.

¿Por qué se daba eso?
A un sindicato grande, como era la UOM en los noventa o Camioneros hoy, sumarle la secretaría de la CGT era concentrar un poder excesivo. Me da la sensación de que los muchachos no están entendiendo que para que este proceso avance necesita resolver algunos problemas graves. No es algo lineal. El problema inflacionario es un problema real que puede socavar la sustentabilidad de este proyecto. La inflación real del año pasado estuvo en el orden del 20 ó 21 por ciento, mientras que los salarios estuvieron alrededor del 27. Si este año pudiésemos manejarnos con la pauta del 20 por ciento seguramente podamos llevar la inflación al 17 ó 18 por ciento, además porque se va a producir un enfriamiento de la economía.

Muchos trabajadores, registrados o no, se preguntan quién pagará el costo económico.
Como kirchnerista, estoy convencido que en los últimos ocho años se alcanzaron logros importantísimos. No obstante, creo que tenemos por delante problemas que no pasan por una mera profundización. La chance de crear un país más equitativo, inclusivo y progresista en un mundo que todavía está regido por las normas de la más despiadada competencia, me parece un tanto ilusorio. En Europa se bajan costos sobre la base de intensificar la explotación de los trabajadores. ¿Podríamos competir haciendo exactamente lo contrario? Parece imposible. Lo que debemos hacer es sumar esfuerzos para cambiar la relación de fuerzas.

Sin embargo, la crisis tendrá sin dudas un efecto local.
La crisis no va a pegar, como a todo el mundo, pero menos. Hemos disminuido nuestra dependencia comercial de las grandes metrópolis de manera extraordinaria. Pero las reglas de juego nos comprenden. El cambio de las relaciones internacionales es una condición imprescindible para que este proceso avance, y esto implica constituir un frente interno muy fuerte, morigerando los planteos sectoriales. Esto no implica dejar de defender los intereses de los trabajadores, sino defenderlos en una instancia superior, la que haga posible la posibilidad de desarrollar realmente una sociedad distinta y plenamente el potencial productivo.

¿Cómo se logra eso?
Con sintonía fina, como dijo Cristina Kirchner. Incrementando la tasa de inversión e incorporando tecnología para agregar valor, es decir, modernizando nuestro aparato productivo. Porque lo que hemos hecho desde 2003 acá es poner en pie el viejo aparato productivo. Si hemos incorporado novedades propias de la posmodernidad, tienen más que ver más con la organización del trabajo que con la tecnología productiva. Ahora bien, una vez que lo hagamos, vamos a tener menos empleo. Todo proceso de cambio tecnológico reduce la demanda de mano de obra. Este es el tema que viene: o se reparte mejor el trabajo, o vuelve la desocupación. El movimiento sindical debería estar pensar en eso. Tenemos que imaginar una sociedad que dé respuestas a nuevas demandas de nuevos servicios, y que esos servicios que paguen socialmente.

¿Puede dar un ejemplo?
Piense en el número abrumador de personas mayores que viven solas en la Capital, muchas de las cuales no poseen la capacidad de valerse por sí mismas. El acompañamiento de estas personas es un trabajo muy valioso. Habrá que pensar en nuevos sistemas impositivos y de apropiación de parte de la riqueza socialmente producida para ocupar a gente que no va a estar ocupada en la economía del futuro.

Cuando se piensa en este tipo de políticas a mediano plazo, siempre cuesta armar el famoso ente tripartito de sindicatos, empresas y Estado. No es la primera vez que los Gobiernos invocan, sin éxito, un “pacto social”.
El país no está acostumbrado a las políticas de mediano plazo. El cortoplacismo era entendible entre 2003 y 2007 porque, como decía Néstor Kirchner, estábamos en el infierno. Pero salimos, ahora sabemos cuáles son los problemas que nos plantea el mundo, las tendencias que se insinúan y qué es lo que tenemos que hacer. Debemos poner en juego una gran capacidad creativa. Pero el hecho de que no se estén pensando estas cosas explica un poco por qué el sindicalismo perdió prestigio.

Por Federico Poore

Magíster en Economía Urbana (UTDT) con especialización en Datos. Fue editor de Política de la revista Debate y editor de Política y Economía del Buenos Aires Herald. Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA), escribe sobre temas urbanos en La Nación, Chequeado y elDiarioAR.

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