La trinchera oficialista en la TV pública promete seguir la batalla. Un programa que quedó rehén de su propio formato, pese a que el escenario cambió hace tiempo. Un escenario que, según tirios y troyanos, el propio “678” ayudó a modificar. Aunque legisladores kirchneristas ven un “ciclo cumplido”, sus productores van por más y anuncian un 2013 “fuerte”, con más de lo mismo.
por Federico Poore
Ambito Financiero, 28-12-2012
«¡Basta! ¡Basta! ¡Basta!», grita Sandra Russo. Sentada en el panel, la cronista se toma la cabeza y hace muecas de fastidio. Los televidentes no pueden verla ni oírla: lo que está al aire -provocando la furia de la columnista- es un informe hecho por la producción de 678 en el que un periodista increpa a Jorge Lanata por supuestos datos falsos que el conductor dio sobre Diego Gvirtz y otras aparentes contradicciones en las que habría incurrido la estrella de Canal 13. Ante cada pregunta, el exdirector de Crítica respondía un salmo: «Gvirtz es un chorro». El efecto era de por sí cansador, pero la edición en loop de la pieza lo estaba llevando a niveles insostenibles. «Gvirtz es un chorro, Gvirtz es un chorro, Gvirtz es un chorro». «¡Basta! ¡Basta! ¡Basta!».
Vuelta a estudios. «Por fin terminó ese informe», exclama Russo, ahora al aire. Lo dice como si se sacara un peso de encima. «Yo hice zapping», se suma Nora Veiras, que durante el tape había aprovechado para revisar los mensajes en su teléfono celular. Las cámaras evitan a la tribuna, que esta noche no brilla por su masividad («Tenemos seis tipos. Y uno tiene un sombrero de cowboy», señala una de las jóvenes productoras). Dos muchachos con barba y morrales cruzados llegan antes del final del primer bloque. Ahora son ocho.
¿Qué pasa con 678, el programa insignia del kirchnerismo? ¿Qué cambió desde el bienio 2009-2010, cuando era un fenómeno social, con un grupo de seguidores en Facebook que lograron convocar quince mil personas al Obelisco en defensa de la ley de medios? Los antiguos aliados buscan despegarse de su sesgo hiperoficialista y otros dejaron de aceptar invitaciones. «Ya no lo veo», reconoce un diputado del Frente para la Victoria. «Debería abrirse un poco más», admite un senador kirchnerista. Ninguno se anima a decirlo on the record -más de una vez estuvieron en el programa y cada tanto regresan-, pero ambos piensan que la emisión «cumplió un ciclo».
Por los pasillos del estudio cinco de Canal Siete camina a paso ligero Fernando Agejas, productor ejecutivo de 678. «El formato no se agota porque el resultado de una elección haya sido contundente (se refiere a la reelección de Cristina) y en contra de los deseos de los medios privados concentrados. Su margen para operar sigue siendo igual de fuerte», opina durante una de las tandas. ¿No se modificó un ápice el rol del programa después de tantos años de discusión acerca del lugar que ocupan las empresas de medios? «Lo único que cambió es que aquello que era de sentido común para la mayoría se dividió un poco: alguna gente ya no compra lo que dice un medio como la verdad revelada o una objetividad pura y casta».
Ese aporte a la desacralización del lugar del periodismo puede contarse como el principal activo del programa. Incluso sus detractores reconocen que, en sus inicios, supo captar un clima de época. Las primeras emisiones de Seis en el Siete a las Ocho tuvieron lugar al calor del adelantamiento de las elecciones legislativas de 2009, la psicosis por la gripe A y las candidaturas testimoniales. La derrota del kirchnerismo le dio un carácter resistente, casi de trinchera. En el segundo semestre de ese año, se transformó en la única tribuna de la televisión abierta (y en gran medida, de la televisión a secas, incluido el cable) donde en plena discusión por la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual se repitió y justificó la frase oficial que decía que «Clarín miente», y donde se les dio espacio a los académicos que apoyaban la nueva legislación para que explicaran en un marco cordial la norma propuesta.
Por aquellos meses, la emisión logró captar a una audiencia relativamente amplia y movilizada, y se colocó como el segundo programa más visto de la Televisión Pública, por detrás del entonces recién estrenado Fútbol Para Todos. Pero los tiempos vertiginosos de la política argentina hacen que los casi cuatro años que transcurrieron desde entonces -recordemos: Néstor Kirchner vivía y el oficialismo recién comenzaba su pelea con el Grupo Clarín- parezcan décadas. Después de todo, no es lo mismo un Gobierno herido tratando de pasar algunas leyes agradables al paladar progresista en un Congreso dominado por la oposición triunfante, que la situación que se dio post 54% de los últimos quince meses (aunque las cifras de rating se mantienen). Como sentenció alguna vez la ensayista Beatriz Sarlo, los Kirchner libraron una batalla cultural y la ganaron.
En este contexto, algunos panelistas pugnan por mostrar una mayor variedad ideológica de la que el programa propone. «Más de una vez hicimos sugerencias sobre invitados que al final quedaron en agua de borraja. Tanto la línea de los informes como los invitados los maneja la productora. Ni los panelistas ni el conductor tenemos incidencia sobre ella», cuenta Veiras.
La exconductora María Julia Oliván confirma en su libro 678, la creación de otra realidad, que escribió junto al sociólogo Pablo Alabarces, que las decisiones sobre los invitados las toma la productora Pensado Para Televisión (PPT). «Los demás sólo pueden contradecir o adherir lo que dice la línea editorial. Es como si los periodistas llegaran a la redacción de un diario que ya está escrito, pero al que le pueden agregar comentarios al margen», ilustra.
Roberto Guareschi, miembro de la Academia Nacional de Periodismo y director de la redacción de Clarín entre 1990 y 2003, entiende que esta fórmula aún es eficaz: «Es una herramienta del kirchnerismo para combatir al periodismo de los medios masivos, para desprestigiarlo y sacarlo del trono de la verdad, justo en un momento histórico que lo facilita».
No obstante, se apura a aclarar que, para él, 678 «no hace periodismo, sino activismo». «A diferencia del periodismo militante, que se dirige a sus compañeros para darles identidad y unidad pero también a los neutrales y opositores (a los que busca conmover y convencer), ‘678’ sólo hace contrapeso político al interior del kirchnerismo. Sólo se dirige a ‘los compañeros’. A veces lo veo por mi oficio y porque me divierte y me enoja. Diría que es una versión deformada de aquello que hace el periodismo opositor, algo que sería inocuo si no se transmitiera por un canal estatal tomado por el Gobierno pero pagado por todos», sentencia Guareschi.
Para Guillermo Mastrini, titular de la cátedra Políticas y Planificación de la Comunicación en la UBA y especialista en Derecho a la Información, el objetivo inicial de la emisión -deconstruir el mensaje de los medios masivos- era loable. El tema, sostiene, es que esta tarea no se hace de forma ecuánime y diversa. De acuerdo con el investigador, al principio el programa mostraba cierto alineamiento con el Gobierno, pero también permitía la presencia de voces políticas y sociales disonantes. «No era la situación extrema a la que hoy se asiste, con una lógica de respuesta inmediata a la agenda cotidiana», dice.
Este sesgo monolítico del programa es combatido desde adentro por algunos columnistas. El conductor que acaba de dejar el ciclo, Luciano Galende, a menudo relativizaba los informes de la factoría Gvirtz, como cuando cuestionó el modus operandi que se usó para cubrir el cacerolazo de junio (los cronistas, en vez de ir identificados con el logo de 678, habían ido con un cubo de la CNN).
«En el panel hay… no diría una interna, pero sí debates implícitos entre nosotros acerca del rol del periodismo. Ese debate pasa por si ‘678’ es una herramienta del Gobierno para comunicar o un ejercicio de periodismo que debe incluir críticas. Y yo estoy más cerca de ese segundo discurso», dice Cynthia García, una de las incorporaciones 2012 del ciclo. Nora Veiras, que tampoco formó parte del plantel inicial, recuerda la entrevista que mantuvo con Diego Gvirtz, allá por 2010: «Le dije que quería participar del ciclo, pero le advertí que por ahí no tenía el nivel de convicción de algunos de los panelistas».
Desde la producción aseguran que la intención es abrir el espectro y multiplicar las emisiones de 678: El debate que estrenaron en 2012 con Roberto Gargarella, Ricardo López Murphy, Rogelio Frigerio y Sergio Bergman. «El tema es que muy pocos opositores aceptan venir porque piensan que les vamos a hacer alguna zancadilla. Pero si uno ve los debates, queda claro que esto no es así», dice Agejas, quien revela que entre las personas que declinaron la invitación se encuentran Ricardo Kirschbaum, Santiago Kovadloff y Eduardo van der Kooy.
Otros disienten. Guareschi, por ejemplo, piensa que a esta altura del partido no hay reforma que valga. «Su activismo perdería filo: los militantes kirchneristas se sentirían traicionados y, peor aún, aburridos. Por otro lado, si decidieran incluir ‘otras voces’, ningún número y calidad serían suficientes para convencer a los de afuera de que su apertura es genuina y no un disimulo o una trampa. Una misión imposible», analiza.
Para Veiras, el sentido de barricada del programa «es funcional a la lógica de funcionamiento del kirchnerismo, un Gobierno que no está tranquilo en la tranquilidad y que genera permanentemente situaciones de polémica, a veces sin una evaluación previa de costo-beneficio». Así y todo, se muestra sorprendida por el uso que hace de la emisión la minoría intensa, en su mayoría de clase media, que apoya al kirchnerismo: «Es muy llamativo cómo mucha gente se identifica en el programa y encuentra en sus opiniones una forma de sostener las propias convicciones», señala.
Claro que entre sostener convicciones y confirmar prejuicios hay una línea muy delgada, que el programa tiende a desdibujar en consonancia con lo que ha ocurrido en el resto del mapa mediático. En el marco de la guerra discursiva y económica que el Gobierno libra contra Clarín en torno a la adecuación del conglomerado a la ley de medios, la primera víctima fue la calidad del periodismo vernáculo, resultado de la creciente polarización editorial: el apoyo acrítico o la oposición furibunda al Gobierno de Cristina de Kirchner. «Los dos bandos se abroquelaron en posiciones radicales. Esto hace que se pierda la posibilidad de ampliar más el espectro de discusión», se lamenta Veiras.
En 2013, adelantan los productores, habrá dos recambios de panelistas. Pero el corazón de la emisión continuará latiendo en los informes, aquella especialidad que Gvirtz perfecciona desde las épocas de Televisión Registrada (TVR), redundantes y didácticos como una suerte de evangelio oficialista, donde los zócalos seguirán contando la historia de un Gobierno valiente que resiste, día tras día, los injustos ataques de una serie de villanos claramente identificables (Magnetto, Cobos, Duhalde o Carrió), a menudo señalados como parte de un mismo complot o asociados mediante cadenas de equivalencias. Trazos gruesos en tiempos de sintonía fina. Como un programa que no puede abandonar la Intifada, un estilo que, vaya casualidad, también explica un rasgo esencial del kirchnerismo. Una Intifada permanente, algo así como un oxímoron.
De vuelta al tape. «Jorge, dijiste que la empresa Red Sea que tiene sede en Panamá es de Diego Gvirtz, ¿Podés ver una constancia de la AFIP donde figura que esa empresa es nacional?», insiste el cronista de Duro de Domar (otro de los ciclos de la productora). «Gvirtz es un chorro», responde Lanata. El segmento se extiende por varios minutos: es una respuesta punto por punto a un informe anterior de Periodismo Para Todos.
Al parecer, nadie tiene ganas de escuchar estas operaciones cruzadas de periodistas-empresarios, o las excusas sobre los domicilios legales y los posibles accionistas de la empresa del creador de 678. Mientras Gvirtz sigue ocupando minutos librando su guerra personal, Mariana Moyano, Cabito y el canciller Héctor Timerman se refugian en sus teléfonos celulares.