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¿Por qué las cafeterías fomentan nuestra creatividad?

El ambiente, el sonido, las charlas: escritores y periodistas develan la magia secreta detrás de estos “terceros lugares” diferentes al hogar y la oficina.

por Federico Poore
Cenital, 16-08-2024

Sebastián Campanario escribe hace doce años una columna en La Nación sobre creatividad y economía no convencional. Periodista y divulgador, este año arrancó un newsletter titulado Proxi y en una de sus ediciones explicaba el efecto de los cafés en nuestra creatividad.

Citando una investigación de la Universidad de Illinois, Sebastián concluía que las cafeterías ofrecen una mezcla de estímulos auditivos que favorecen la generación de ideas. No es solo la música: también el tintineo de las tazas y platos, las conversaciones de fondo, eventualmente la lluvia en el exterior…

El estudio en cuestión, publicado en 2012, mostraba que si bien el silencio absoluto es bueno para la concentración, la creatividad aflora mejor en un entorno intermedio de 70 decibeles.

Quise profundizar en estos hallazgos así que le escribí a Sebastián para que me diera más pistas sobre las condiciones ideales para lo creativo.

“Los cafés son lugares de encuentro. Hay un libro que se llama El efecto Medici, que tiene por idea básica que las buenas ideas salen en las intersecciones, en los lugares donde se juntan gentes de distintas disciplinas, distintas edades, y que de esa concentración surgen los mejores insights, las mejores ideas”, me dijo Sebastián.

“El autor del libro, Frans Johansson, cuenta cómo la Revolución Industrial tiene lugar en el siglo XIX pero sus ideas comienzan a surgir a fines del siglo XVIII, coincidiendo con el surgimiento de los cafés en Europa. Hasta ese momento la gente se juntaba en un bar a tomar alcohol, porque el agua no era potable y te enfermaba. Como consecuencia, la gente estaba borracha todo el tiempo y eso es malo para la creatividad. Cuando surgen los cafés, las personas pudieron empezar a charlar sin estar borrachas y ahí comenzaron a surgir las ideas que llevaron a la Revolución Industrial. Es una linda historia”.

Observar a la gente

Rodrigo Moreno es director de cine. Su último film, Los delincuentes, esconde bajo el disfraz de género (una película sobre el robo a un banco) algunas ideas muy interesantes sobre la libertad. Tras su estreno argentino, este año se proyectó en salas del Reino Unido, Alemania y Francia, donde vendió más de 50.000 entradas.

Hace poquito la Viennale le hizo un reportaje en el que le preguntaron, entre otras cosas, qué hacía para encontrar la inspiración creativa.

“Viajar, ver películas, pasar el tiempo libre en ciudades, leer libros, nadar, tomar café en viejas cafeterías, mantener conversaciones con desconocidos, escribir, observar a la gente, los gatos, los perros, escuchar a la gente hablar –enfocándome en sus formas de expresión–, observar la arquitectura, los carteles, los vehículos, los trajes, los cuadros, observar a la gente haciendo sus cosas”, respondió Rodrigo.

Diez u once cosas de este listado se pueden hacer en cafés.

El Bar Británico. Foto NA: Mariano Sánchez

Tomarse una pausa

Agustina Larrea es periodista y escritora y acaba de publicar Los cuidados, su primer libro de cuentos.

“No puedo escribir jamás en bares pero sí los uso para tomar notas. Me distrae mucho la circulación de gente y esa dispersión me lleva a anotar cosas muy sueltas que seguro después me sirven para algo o me impulsan a algún tipo de escritura. Creo que es más el ambiente (los diálogos, algún enredo, alguna polémica, algún disparate) que mi propia inspiración”, me cuenta Agustina. “En todo caso, sospecho que me sirven, por su dinámica de circulación de gente muy diversa y de conversaciones, en tanto distracción. Y desde ahí, con el tiempo algo se macera”.

Agustina suma otra observación sobre los cafés o los bares (o esa zona gris en la que ambos se confunden): el hecho de que manejan otros tiempos.

“Muchos chistes comienzan con la frase ‘entra tal un bar y dice’. Me gusta porque ese arranque de broma, común y elocuente, aporta una idea más general sobre estos espacios: que los bares suelen ser lugares de conversación, de entrar y de ir y decir, de cierta idea de lo inesperado, de introspección, de pausa. Hay encuentro, hay ritual, hay repetición en los cafés, que al mismo tiempo se están volviendo cada vez más evanescentes en ciudades cada vez más hostiles. Hay otra temporalidad en los bares, mientras el mundo nos dice que tenemos que estar corriendo.”

Su observación marida muy bien con las reseñas del Café del Alba en Córdoba Capital. “Una hermosa pausa en la locura diaria del centro”, dice un cliente. Después leo lo que publica el sitio oficial de turismo sobre el mítico Bar El Cairo. “Basta abrir la puerta de El Cairo para comenzar a entender los tiempos y el funcionamiento de la ciudad de Rosario”, dice sobre el bar que fue testigo del proceso creativo del “Negro” Roberto Fontanarrosa.

Alejarse del quilombo diario parece ser una de las grandes funciones creativas de este tipo de lugares.

En palabras del periodista Diego Geddes, autor del Diario de la procrastinación: “Escribo en un café que tiene los vidrios empañados, no puedo ver hacia el exterior y entonces la escena sucede como si esto fuera una cápsula privada, estamos aislados de todo. Es un alivio. Parece otro país también, una cafetería de un lugar muy frío, si no fuera por las voces, las conversaciones que se escuchan de otras mesas o de las mozas que hablan con un entusiasmo notable, quizás porque sea viernes, quizás porque son muy jóvenes, se cuentan cosas, se ríen, trabajan, nada parece importarles y a la vez todos los temas que tocan parecen definitorios, últimos.”

¿Acá se trabaja?

Agustina también reflexiona sobre la función de los bares y cafés como terceros lugares, diferentes de la casa o de la oficina. “Para quienes trabajamos la mayor parte del tiempo en solitario y desde casa, el bar es esa zona mixta donde poder estar solos entre muchos, donde podemos refugiarnos, donde lo cotidiano puede dar paso a lo extraordinario”, explica.

Un estudio de 2021 de la University of London (se puede leer en inglés acá) le da validez científica a su intuición. Durante un año, dos investigadoras observaron las interacciones en terceros lugares de Londres y entrevistaron a clientes, empleados y gerentes en un intento por desentrañar qué había cambiado en la manera en la que se estaban usando.

Su conclusión fue que el creciente número de clientes-trabajadores (freelancers, nómades digitales, profesionales varios) había generado estrategias de diferenciación por parte de estos locales.

Algunos comercios abrazaron la idea de que, efectivamente, ahora eran una oficina fuera de la oficina: sumaron enchufes, pusieron bien visible la clave del wi-fi y le dieron la bienvenida a los nuevos clientes-trabajadores, conscientes de que su presencia ayudaba a mantener un cierto nivel de actividad fuera de la hora pico y que, incluso en términos de atractivo visual, tener al ratón ese que solo pidió un café y hace tres horas que está con la notebook era mejor que un local vacío.

En otros casos hubo resistencias. “Gracias por respetar el área libre de gadgets y laptops del Queen Elizabeth Hall Café. Te invitamos a usar tu laptop o tablet de 10 a 17 hs en otras áreas”, decía la página web de uno de estos espacios. Se cumplió poco. Tampoco tuvo éxito la encargada de un café que puso un cartel simpático que leía: “Please, consume as fast as the Wi-Fi”.

Las investigadoras encontraron que las mejores estrategias no fueron carteles o políticas explícitas de la casa sino el rediseño del espacio para generar una autorregulación de los clientes. Por ejemplo, sillas más incómodas o locales que ponían los enchufes en lugares medio feos, por ejemplo, con mesas que daban a la cocina, lo que desalentaba a los que iban para usarlo de base y laburar todo el día. Todo pelota.

Y ojo, todos tienen un poco de razón. Los freelancers no son los villanos de esta historia: muchos se ven obligados a usar estos terceros espacios porque trabajan remoto o no tienen un empleo fijo. En cualquier caso, no todos pueden pagar una oficina o un cowork y seguramente sea agotador laburar todo el día en un monoambiente mal iluminado.

Al mismo tiempo, muchos bares y cafés tienen un ambiente especial que tiene que ver con lo que comentamos al principio de esta columna: encuentros casuales, charlas informales, ocio, lecturas o simplemente ver la gente pasar. Si fuiste con tu pareja a un bar y alguien que no sea el DJ pela una notebook, un poco mata la vibra. De igual manera, podemos adivinar posibles fuentes de conflicto entre el flâneur que visita el café porque viene a tomarse una pausa de su vida diaria y el que va porque siente que ahí puede ser más productivo.

Tal vez en ciudades como Buenos Aires, Córdoba y Rosario también empecemos a ver esta estrategia de diferenciación, entre cafés “modernos” adaptados al precariato y al profesional independiente, y otros “tradicionales” donde el acento esté puesto en las conversaciones animadas y en mirar la vida pasar.

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