En ciudades como Viena, el modelo de un techo asequible lleva un siglo y no es solo para clases bajas. Algunas lecciones para los espacios progresistas.
por Federico Poore
Cenital, 23-08-2024
Ganó las elecciones oponiéndose a la venta de tierras públicas y proponiendo un modelo de vivienda asequible. Al asumir, recortó el presupuesto de marketing de la ciudad. Conozcan a Elke Kahr, la alcaldesa comunista de Graz, Austria.

Cuando se presentó a elecciones, Kahr estaba convencida de que iba camino a una esperable derrota a manos del entonces alcalde, un conservador que iba por su cuarto mandato. Pero para sorpresa de todos, su candidatura como representante del Partido Comunista de Austria (KPÖ, por sus siglas en alemán) obtuvo el mayor número de votos en la segunda ciudad más grande del país y Kahr llegó a la alcaldía tras sellar una alianza con los verdes y los socialdemócratas.
Su victoria atrajo la atención de los medios internacionales, del periódico Die Welt al New York Times, y nuevos apodos para la ciudad (mi favorito: “Leningraz”). ¿El secreto detrás de su éxito electoral? A pesar de su orientación marxista, el partido no centró su campaña en las grandes cuestiones ideológicas sino en una política de bajo perfil orientada a los ciudadanos.
“Lo más importante es que la gente pueda vivir su vida sin miedo todo el tiempo a perder su departamento, su trabajo y su capacidad de obtener lo que necesita a diario. La política local puede ayudar proporcionando vivienda asequible, tarifas bajas para los servicios públicos y puestos de trabajo que ofrezcan estabilidad”, dijo Kahr, que de chica fue adoptada por un soldador y una mesera y terminó sus estudios en una escuela comercial nocturna.
“La ciudad puede actuar preventivamente contra la pobreza acercándose a las personas desfavorecidas y creando ofertas de ayuda para aquellos que están atravesando dificultades imprevisibles”, agregó la alcaldesa en una sesión de preguntas y respuestas tras ganar el World Mayor Prize.
Un pacto para vivir
Resulta sintomático que la primera política que Kahr mencionó esté vinculada a la vivienda, una preocupación creciente en ciudades medianas y grandes de todo el mundo.
Los comunistas de Graz llevan décadas ocupándose del tema. La movida que los hizo conocidos a nivel local fue la apertura una hotline de emergencia para inquilinos que ofrecía asesoramiento jurídico gratuito sobre desalojos inminentes, contratos de alquiler flojos de papeles o la tendencia que tienen los dueños (universal, parece) a quedarse con la plata del depósito.
“Pobres y ricos, de izquierda y derecha, llamaron, y se corrió la voz: los comunistas se preocupan”, cuenta la crónica del Times. A menudo era la propia Kahr la que atendía el teléfono.
Tanto el partido como la futura alcaldesa también se hicieron un nombre oponiéndose al boom constructor que estaba acabando con las últimas parcelas de suelo no urbanizable. En un referéndum de 2018 organizado por el KPÖ, los ciudadanos impidieron la rezonificación de los terrenos de una escuela de agricultura.
Más tarde, como legisladora, Kahr impulsó un proyecto para que las viviendas de interés social de Graz (como aquellos de Triestersiedlung, uno de los barrios más pobres de la ciudad) tuvieran balcón, un elemento con el que no cuentan la mayor parte de los departamentos privados del área.
Pero el éxito de Graz no ocurre en el vacío. En otras ciudades de Austria como Viena y Salzburgo, el modelo de vivienda asequible lleva cien años y –dato central– no es solo para los pobres.
Modelo posible
“El primer lugar al que se mudó Max Schranz tras dejar el hogar familiar es el que muchos jóvenes profesionales sueñan con habitar en la cima de su carrera. Con apenas 26 años, vive en un luminoso quinto piso de techos altos con vistas a una capital europea, a 10 minutos de la estación central y a poca distancia de cines, teatros y bares”, dice un artículo reciente del diario inglés The Guardian. “No necesitó ganar la lotería ni echar mano a un fondo paterno para hacer realidad ese sueño: Schranz, estudiante de máster, paga 596 euros al mes por su piso de 54 metros cuadrados y dos dormitorios, una fracción de lo que saldría alquilar pisos de tamaño y ubicación similares en otras grandes ciudades europeas”.
Schranz, claro, vive en Viena, una capital que le encontró la vuelta al problema del aumento desmedido de los alquileres inflados por empresas o privados que lo desenganchan de las necesidades de uso. La receta, a grandes rasgos: la ciudad es directamente dueña de muchas de las viviendas. De hecho, más de la mitad de los habitantes vive en un departamento subsidiado o en manos del Estado.
Pero el hecho de que esto no ocurriera de la noche a la mañana debería calmar los ánimos de muchos fanáticos de las consignas voluntaristas.
En la década del veinte del siglo XX, el gobierno socialdemócrata de Viena encaró un ambicioso programa de construcción de viviendas, las cuales fueron asignadas a los habitantes de la ciudad mediante un sistema de puntos. Los fondos para este programa provinieron de diferentes impuestos a bienes considerados de lujo (autos, caballos, sirvientes) pero también a viviendas privadas.
Mediante esta política, Viena logró construir más de 64.000 viviendas sociales en muy poco tiempo. Como cuenta su página oficial, muchos de estos edificios ostentaban detalles y elementos pertenecientes al estilo art déco y la Bauhaus. Algunos de los arquitectos eran antiguos estudiantes de Otto Wagner.

A diferencia de los ejemplos más feos de vivienda social, estos espacios se pensaron para servir de algo más que un mero refugio. Al nivel de la calle, los socialistas vieneses instalaron locales comerciales, mientras que en los patios interiores se desplegaron lavaderos, guarderías, bibliotecas municipales y pequeños centros médicos, además de espacios culturales como teatros.
“Estos edificios aportaron soluciones de vivienda por toda Viena, pero también fueron el medio para distribuir todo un enorme sistema de infraestructuras sociales”, cuenta la historiadora Eve Blau, autora del libro The Architecture of Red Vienna. “Lograban ubicar en la ciudad a personas que no habían tenido acceso a ella, lo cual prueba que se puede cambiar la sociedad cambiando la ciudad”.
La hegemonía de la izquierda en el Gobierno local llegó a su fin en 1934, cuando Engelbert Dollfuß, del Partido Socialcristiano, disolvió el Parlamento y ordenó al ejército disparar contra el Karl-Marx-Hof, el más grande de los proyectos de vivienda pública del país.
Pero esta experiencia pionera de la “Viena Roja” fue recogida por gobiernos posteriores, que siguieron a lo largo de las décadas. Entre la inauguración del primer complejo municipal de viviendas, el Metzleinstaler Hof, y ahora, la ciudad de Viena construyó unas 220.000 viviendas municipales y fomentó la construcción de otras 200.000 unidades subvencionadas.
“Año tras año, la administración local invierte unos 500 millones de euros en la construcción y refacción de viviendas y en el apoyo directo a personas de bajos ingresos. El alto porcentaje de viviendas subsidiadas ejerce un efecto moderador de los precios en el mercado privado de la vivienda y garantiza una buena mezcla social en toda la ciudad”, explica el Gobierno local. “Por lo general, en Viena los ingresos de una persona no pueden deducirse de su domicilio, algo de lo que estamos orgullosos”.
En el último tiempo el modelo comenzó a enfrentar algunos desafíos. Durante la última década, dos tercios de los nuevos pisos los construyen inversores privados, cuando antes esa protección correspondía a los oficiales. Esto hizo que aumentaran los valores del precio de la vivienda y se alargaran las listas de espera para acceder a una vivienda social.
La izquierda inteligente
La experiencia roja no se agota en las ciudades de Viena y Graz. En una columna titulada “¿Por qué crecen los comunistas en la ciudad de Mozart?”, la revista italiana il Mulino se preguntaba por el ascenso del KPÖ en Salzburgo, donde un historiador y guía de museos de 35 años estuvo a punto de quedarse con la alcaldía en las últimas elecciones (aquí en español).
Kay-Michael Dankl, a él nos referimos, va por la vida con su suéter bordó y un estilo sencillo y directo. Al igual que la alcaldesa de Graz, Dankl adoptó una política de topear su salario al equivalente de un obrero calificado y donar el resto a los más necesitados. Y en lugar de prometer expropiaciones, prefiere hablar de viviendas municipales y alquileres asequibles. Un objetivo concreto que permite que en Austria cientos de miles de personas no vivan, todos los días, con incertidumbre.