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Entrevista a Lino Barañao

por Federico Poore

Buenos Aires Herald, 09-04-2016

El ministro de Ciencia y Tecnología Lino Barañao es el único funcionario de primer nivel que sobrevivió al recambio de gobierno, y las huellas de aquella transición son visibles en los pasillos del ministerio ubicado en el barrio de Palermo. Antes de ingresar a su despacho, una foto sorprende al visitante: un grupo de científicos llevando una bandera que apoya el desarrollo de una «ciencia nacional y popular». Minutos después, ya en su oficina, otra fotografía de distinto tenor, más formal cuelga en una de las paredes: es un retrato del presidente Mauricio Macri.

Mañana se cumplen cuatro meses del gobierno de Macri. ¿Qué cambios tuvieron lugar en el área?
Nosotros veníamos con mucho impulso, por lo que lo que hicimos fue subir gente a un tren en marcha sin alterar el ritmo de trabajo. Hubo incorporaciones en el sector político, del PRO y el radicalismo, que entró por gente que decidió no seguir en esta gestión por estar más comprometida con la otra administración. Pero todo lo que es asignaciones de fondos sigue estando a cargo de la misma gente. Lo que sí se nota es que hay un más énfasis mucho más grande en el trabajo en equipo. Para empezar, hay reuniones de Gabinete. Antes me juntaba con mis colegas en los actos, en la previa al discurso arreglaba todo lo que tenía que arreglar con las otras áreas. Tenemos que mostrar avances mensuales y hay un mayor control presupuestario. Esta administración tiene como una de sus prioridades reducir el déficit fiscal y eso implica que todos debemos mostrar claramente por qué necesitamos la plata que estamos pidiendo. Nosotros tenemos un entrenamiento con esto por nuestro trabajo con organismos multilaterales de crédito.

¿Qué diferencia hay entre Mauricio Macri y Cristina?
Macri es una persona que viene de la empresa y pone mucho énfasis en ese tipo de cuestiones: qué es lo que vas a hacer, cuánto va a salir, qué resultados puedo esperar de esto. Cristina tenía un interés personal en la ciencia, es una persona que disfruta entendiendo cosas, y yo me relacionaba con ella a través de eso. La relación con Macri es muy formal, de respeto mutuo; la relación con Cristina era más pasional: nos peleábamos mucho, después nos amigábamos, pero a ella le interesaba lo que hacía y cada vez que le llevábamos un Premio Nobel hacía preguntas pertinentes. El énfasis de cada uno está en cosas distintas. Ahora hay una gestión más gerencial.

La inversión en Ciencia y Tecnología actualmente es del 0,62% del PBI. Una de las promesas de campaña de Cambiemos fue llevarlo al 1,5%. ¿Qué plazos se propone el gobierno para cumplir con esta meta?
Nuestra meta era llegar al menos al 1% que es lo que destinan los países desarrollados, pero ahí hay una trampa. Los países llegan a gastar el 1% cuando llegan a desarrollar un sector productivo que demanda tecnología. Si vos ves países como Alemania, tienen el doble del presupuesto pero repartido entre el Estado y las empresas. Si no tenés equipos de investigación en el sector privado, nunca van a demandar conocimiento del sector público. A mí no me sirve de nada tener el doble de investigadores del Conicet si no hay investigadores en las empesas que convenzan a los dueños de que necesitan determinado conocimiento. Eso se lo que va a cambiar el perfil productivo del país. Es una discusión que tengo con amigos y colegas científicos, que me dicen que está bien hacer ciencia y tener más becarios per se. Y no, no está bueno por sí mismo: depende lo que hagan. Ese argumento resulta de extrapolar un modelo propio del hemisferio norte, donde vos podés hacer lo que quieras porque sabés que hay un sector productivo que va a captar ese conocimiento y transformarlo en riqueza. En países como Argentina, eso no ocurre. Si no enfocamos adecuadamente el tema científico, va a pasar lo que pasa siempre: producimos conocimiento que se aprovecha de arriba. Tenemos que trabajar para reducir la brecha que nos separa de los países desarrollados.

¿Y cómo se hace eso?
Primero, que los científicos que vienen de universidades públicas sean conscientes que alguien le pagó la carrera universitaria. Hay una deuda, que no es financiera –como tienen los graduados chilenos– sino ética. No puedo decir “soy un biólogo excelente, puedo hacer lo que quiera que eso va a ser bueno”. No es así. El país tiene necesidades concretas. Uno tiene que pensar: ¿para qué puede servir lo que estoy haciendo?. Se habla mucho de la responsabilidad social empresaria, pero ¿qué pasa con la responsabilidad social del investigador? Desde la creación misma del ministerio dije que necesitábamos tipos involucrados por la realidad social. Ese es el tipo de ciencia que tenemos que hacer en Argentina: ciencia básica inspirada en el uso.

El presupuesto 2016 para el área es de $9.600 millones de pesos. ¿Se ajustó por inflación?
Se ajustó porque hubo una jerarquización del sueldo de los investigadores. La medida estaba dando vueltas hace dos años pero (el Ministerio de) Economía estaba remiso, Axel Kicillof no quería dar el aumento. Finalmente se empezó a pagar en noviembre, son 460 millones de pesos que tuvimos que incorporarlo en el presupuesto. Así que cuando nos preguntaron en qué podíamos economizar, yo dije “bueno, en verdad tenemos que aumentar un poco…” (risas). El programa de gastos de ajustó un poco, postergamos algunas cosas para que no impacten tanto en el primer semestre. Pero nos habilitaron para recibir US$750 millones del BID y US$47 millones más del Banco Mundial. Nuestra cartera de financiamiento está bien diversificada. Lo que vamos a tener es una readecuación.

En algún momento mencionó el tema de las publicaciones de argentinos en revistas internacionales como medida del éxito en la gestión. ¿Cómo se incrementó o no en estos años?
Tenemos un reporte que demuestra que ese nivel de incrementó de manera proporcional al aumento del presupuesto. Es decir, al tener más investigadores tenemos más trabajos publicados. Pero hay un dato más importante: aumentó la proporción de trabajos publicados en el top 1% de calidad. El dato más llamativo es cómo aumentó el número de publicaciones de argentinos en las revistas científicas más prestigiosas y cuántos de ellos son tapa de esas revistas. Hace unos años vino al país un agregado de ciencia del Reino Unido a ver cómo podía establecer vínculos acá, cuando todavía las relaciones no eran amigables, y lo que transmitió fue un estudio que decía que las relaciones de cooperación entre ingleses y argentinos daban mejores resultados que la cooperación entre ingleses y americanos. Los noruegos llegaron a la misma conclusión: que los trabajos con argentinos dan trabajos de mejor jerarquía. Pero ese es un sólo parámetro: no podemos juzgar a los investigadores sólo por lo que publican.

¿Qué otras formas existen para evaluarlos?
Hemos creado un sistema alternativo, complementario de evaluación: un Banco de Proyectos de Desarrollo Tecnológico y Social (PDTS). La idea es que los científicos puedan dedicar la mitad de su tiempo a la investigación y la otra mitad a, no sé, tratar de encontrar una bacteria que produzca un plástico biodegradable para tal empresa. Antes  eso no se evaluaba, ahora sí. La empresa –o una cooperativa– puede decir: sí, eso sirve. Necesitamos empezar a valorar esta contribución social. Una investigadora china que trabajaba en Alemania una vez me dijo: los investigadores chinos tienen que ser evaluados por el SCI y el SCI. Yo dije “se confudió, me dijo dos veces lo mismo”. Pero no:  lo que quiso decir es que los científicos deben ser evaluados por el Science Citation Index y por el Social Contribution Index. Antes el investigador era un paria, decía: “hago lo que me gusta porque total me pagan dos mangos, que no me vengan a decir lo que tengo que hacer.” Ahora se les paga mejor, no van a lavar los platos –algunos tienen lavavajillas– y la contracara es que tienen que justificar qué es lo que están haciendo.

Nuestro hombre en Nueva York

La semana pasada estuvo en misión oficial en Estados Unidos.
Tuve varios eventos. El primero fue una entrevista con las autoridades de la Wildlife Conservation Society, estuve visitando el zoológico del Bronx, emblemático en cuanto a su un rol de conservación más que de exhibición de animales. Es un tema de interés del país porque tenemos una discusión sobre el rol del zoológico de Buenos Aires. Los zoológicos deben ser un lugar de conservación de la vida silvestre en los ecosistemas naturales y no un lugar de exhibición de animales que no están en su hábitat natural. Así que con la Wildlife Conservation Society tenemos una serie de proyectos vinculados a biodiversidad. Queremos empezar a formar profesionales en el tema conservación. El punto aquí es que la naturaleza no se va a recuperar por sí misma: ya no basta con que el ser humano se retire, ya tenemos que participar activamente para conservar. Hemos avanzado de manera tal que en muchos casos los cambios son irreversibles a menos que se tomen medidas concretas. Asistí también a una conferencia de Gustavo Stolovitzky, un investigador argentino trabajando en IBM, que está trabajando en una nueva manera de producir conocimiento, el crowdsourcing.

¿De qué manera funciona ese modelo?
A diferencia del modelo tradicional, del investigador individual, lo que podemos hacer ahora es poner una enorme cantidad de datos disponibles, formular una pregunta y que sean múltiples grupos los que interactúen entre sí para lograr una respuesta. Lo que se logra con esto es acelerar los tiempos. El caso que presentaron es el de la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), donde lograron un algoritmo (una manera de interpretar la información) para llegar a resolver el problema en mucho menor tiempo.

Una versión en inglés de esta entrevista se publicó en la edición del 9 de abril de 2016 en el Buenos Aires Herald.

Por Federico Poore

Magíster en Economía Urbana (UTDT) con especialización en Datos. Fue editor de Política de la revista Debate y editor de Política y Economía del Buenos Aires Herald. Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA), escribe sobre temas urbanos en La Nación, Chequeado y elDiarioAR.

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