por Federico Poore
elDiarioAR, 10-05-2021
Antes de la pandemia, trabajar desde casa era un fenómeno poco extendido en Buenos Aires. Pero la súbita irrupción del Covid-19 obligó a implementar un experimento masivo de trabajo remoto, y de a poco comienzan a advertirse algunas de sus consecuencias.
Hacia noviembre del año pasado, más del 77% de las personas ocupadas de mayor nivel educativo de la ciudad estaban trabajando a distancia, en comparación con apenas 10% antes del inicio de la pandemia. Fue en noviembre precisamente cuando en el área metropolitana el gobierno decretó un pasaje al distanciamiento social tras largos meses de aislamiento obligatorio (ASPO).
Para entonces, las oficinas se habían vaciado. En áreas como Retiro, Puerto Madero, San Nicolás y Monserrat, más del 80% de los puestos de trabajo habían pasado a una modalidad remota, desatando una crisis en el microcentro que preocupa al oficialismo y a la oposición por igual.
En Constitución y San Cristóbal el pasaje al teletrabajo fue menos marcado, pero en áreas como Puerto Madero el 93% de los empleos calificados de la zona se estaban haciendo de manera remota.
La contracara de este proceso fueron todos aquellos hogares cuyos integrantes adoptaron home office y que ahora pasan toda o casi toda la semana cerca de su vivienda, en particular en los barrios de Palermo, Caballito, Flores, Recoleta, Núñez, Colegiales y Villa Crespo.
Los datos forman parte de los resultados de una encuesta presentada como tesis de maestría en Economía Urbana en la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT), en la que más de 2.500 porteños ocupados con estudios secundarios o superiores compartieron detalles sobre sus prácticas laborales antes y durante la crisis del Covid-19.
Los límites del teletrabajo
La primera lección a extraer sobre cualquier estudio sobre trabajo remoto es que no todos pueden teletrabajar. Por motivos fácilmente comprensibles, apenas el 33% de los porteños cuyos trabajos implican “operación de maquinaria” estaban teletrabajando hacia noviembre de 2020, cifra que ascendía a más del 83% entre aquellas personas que operaban a diario “equipos y/o sistemas informatizados” (computadoras).
De la misma manera, en el estudio se observó una fuerte correlación entre el nivel educativo y el pasaje al home office. Así, las personas ocupadas con estudios secundarios tuvieron 31% menos de chances de teletrabajar que aquellos con estudios de posgrado o superiores. No por obvio es menos cierto: el teletrabajo es, sobre todo, un fenómeno de profesionales asalariados o freelancers. Esos hallazgos son compatibles con un informe reciente del Indec para el Gran Buenos Aires en el que “se observó la mayor implementación del trabajo remoto entre los jefes de hogar con terciario o universitario completo”.
Cabe destacar que el estudio solo abarca los hábitos laborales de personas que viven y trabajan en la Ciudad y no incluye a los cientos de miles de bonaerenses que acuden a sus empleos en territorio porteño todos los días y que conforman buena parte del grupo de trabajadores esenciales.
De manera interesante, no se encontró una correlación significativa entre la estructura del grupo familiar de convivencia y la adopción de prácticas de teletrabajo durante la pandemia. Dicho de otra manera, no se vieron grandes diferencias entre personas con hijos o sin hijos, en pareja o solteras, a la hora de pasar a modos remotos. Los grandes predictores de home office continuaron siendo el nivel educativo y el tipo de tecnología utilizada en el trabajo.
De crisis, oportunidades y desigualdades
Una de las hipótesis del estudio es que un menor volumen de desplazamientos al área central de negocios entre semana por parte de aquellos que se quedan trabajando desde sus viviendas podría alentar el surgimiento de nuevos subcentros. ¿Los motivos? Es razonable suponer que los trabajadores a tiempo completo que dejan de ir de lunes a viernes al microcentro pueden comenzar a realizar al menos una parte de los consumos que antes realizaban al interior del área central (restaurantes, cafeterías, deliveries, artículos de oficina, eventualmente tintorerías o gimnasios) en las cercanías de su hogar. Esto, a su vez, podría alentar comportamientos estratégicos por parte de negocios que buscan seguir la tendencias de concentración del consumo.
Justo antes de que el Covid atacara nuestra vieja normalidad, había dos áreas donde el fenómeno del trabajo remoto ya era incipiente. Por un lado, ciertas zonas de Palermo, Almagro, Villa Crespo, Recoleta y Balvanera en el centro geográfico de la ciudad; por el otro, un sector de Belgrano y Colegiales. Tras la irrupción de la pandemia, se sumaron varias otras, en especial una porción de Villa Urquiza, buena parte del barrio de Caballito y los alrededores de Parque Centenario, un área de Flores y partes de Núñez. Este último se agrupa con el resto de los barrios de la Comuna 13 para formar una suerte de “polo de home office” en la zona norte de la ciudad.
El Plan Urbano Ambiental de la Ciudad, presentado en 2008 y en proceso de actualización, advertía la excesiva concentración de actividades en torno al micro y macrocentro. La mirada optimista, de esas que escasean por estos tiempos, es que los gobiernos y las empresas puedan aprovechar la pandemia para resolver este problema de larga data. Hay una pesimista, también: ¿qué pasará con la desigualdad norte-sur tras esta desconcentración, si las personas que más pueden teletrabajar resultan ser aquellas de mayor nivel educativo (un proxy para nivel de ingreso) y el “renacimiento” de los barrios y comercios de cercanía se limita a los sectores más acomodados de la ciudad?
Una respuesta a «Efecto home office en CABA por la pandemia: persiste la desigualdad según nivel de ingresos y asoman nuevos «pequeños centros»»
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