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La ciudad imposible: Seúl a través del cine

por Federico Poore

Con 25,8 millones de almas habitando su área metropolitana, Seúl es una de las ciudades más pobladas del planeta. Su fisonomía exhibe las marcas propias de una capital que en la segunda mitad del siglo XX atravesó un acelerado proceso de industrialización. Dinámica y vibrante, su éxito económico ayudó a esconder los traumas y descontentos de una sociedad que la habitó como pudo mientras todo cambiaba a su alrededor.

Para empezar a hacerse una idea sobre qué tipo de ciudad es realmente Seúl, uno puede echar mano a los datos “duros”: mapas, estadísticas, indicadores sobre la estructura física del tejido urbano. Pero es a través del cine que se puede experimentar la ciudad como construcción narrativa: fuente de mitos y leyendas, de aspiraciones y pesadillas.

El río Han

Tomemos The Host (2006), el tercer largometraje del director Bong Joon-ho. Originalmente titulada Gwoemul (“monstruo”), su paso por la pantalla grande en Corea del Sur fue un éxito arrollador: en poco más de tres meses y superó las 13 millones de entradas vendidas, convirtiéndola en la película más taquillera -hasta ese entonces- de la historia del país.

The Host nos zambulle de lleno en el cauce que divide en dos a la ciudad: el río Han. El protagonista (el inconfundible Song Kang-ho) regentea junto a su familia un pequeño kiosco a orillas del río, donde familias y grupos de amigos van a pasar el tiempo mientras comen calamar y toman cerveza.

Esta puesta en escena del aprovechamiento del espacio público no es menor, ya que de otra manera el monstruo del título haría su irrupción en un lugar privado, como en una cabaña abandonada. Al igual que en Tiburón (1975), la criatura ataca a plena luz del día; pero a diferencia de la superproducción de Steven Spielberg, la respuesta del gobierno no es mantener abierto el espacio a toda costa sino todo lo contrario.

Las autoridades aprovechan el incidente para apretar las clavijas del control social, en complicidad con el gobierno norteamericano, cuya presencia militar en Corea del Sur es una constante desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Es precisamente un militar estadounidense quien desata la mutación al ordenar a su asistente coreano que tire desechos contaminantes al río Han.

El monstruo de The Host se esconde debajo del puente Wonhyo, donde mantiene secuestrada a la hija del protagonista. Construido en 1981, este puente -uno de los 29 que cruzan el río- conecta el área céntrica de Yongsan con el distrito de Yeongdeungpo, que funciona como un gran centro financiero. Tradición y modernidad unidas por un puente que aloja un monstruo aparentemente invencible, al que solo logra darle muerte una familia disfuncional. Menuda postal de época.

De Ahyeon-dong a Seongbuk-gu

La carrera de Bong daría un nuevo salto con Parasite (2019), que bien podría ser la historia de dos ciudades, una rica y una pobre.

La familia Kim, a quien conocemos no bien empieza la película, vive en uno de los tantos banjiha, semisótanos que hacen las veces de “solución habitacional” para los pobres de Seúl. El destino de sus integrantes pronto se cruzará con el de los Park, una pareja joven y de buen pasar que vive con su hijo en Seongbuk, distrito acomodado y tranquilo en el que varias embajadas construyeron sus residencias.

Este juego de contrastes entre la vida en una gran casa con cámaras de seguridad y su contraparte en Changsin o Ahyeon, áreas mal iluminadas atravesadas por marañas de cables eléctricos, sombrillas improvisadas y sillas de plástico de colores estridentes, le imprime una espacialidad a la lucha de clases que motoriza el film, narrada con mayor o menor sutileza.

Postales de la gran ciudad

Como toda ciudad en ebullición, Seúl tiene su propia sinfonía urbana. Y sus directores son nada menos que los hermanos Park Chan-wook y Park Chan-kyong (conocidos colectivamente como PARKing CHANce), quienes desarrollaron el documental Bitter Sweet Seoul (2014) a partir de más de 11 mil clips enviados por locales y extranjeros.

La idea nació del Gobierno Metropolitano de Seúl y, como todo proyecto por encargo, corría el riesgo de terminar siendo un video promocional y “pasteurizado” de la ciudad. Afortunadamente, los resultados de este experimento visual son más bien lo opuesto. Bitter Sweet Seoul es retrato vívido de las contradicciones de esta megápolis: una caminata nocturna, un jardín improvisado en una terraza, proselitismo en las calles, trenes yendo y viniendo, un pintor callejero, las luces que adornan la ciudad de noche, las cámaras de seguridad, jóvenes con futuro incierto, jubilados con futuro incierto.

Podrían completar el caleidoscopio The Chaser (2008), del director Na Hong-jin, y cómo los callejones y pasajes del distrito de Mangwon sirvieron de escenario para algunas de las mejores persecuciones a pie jamás filmadas; la persecución, en este caso motorizada, por el distrito comercial de Myeongdong en Veteran (2015), de Ryoo Seung-wan; o los cafés del tranquilo barrio de Seochon, al oeste del Palacio Gyeongbokgung, en Nobody’s Daughter Haewon (2013), de Hong Sang-soo. Las posibilidades son infinitas.

Daniel Tudor, el ex corresponsal del semanario The Economist, alguna vez llamó a Corea “el país imposible”. Su capital no se queda atrás: inabarcable, vibrante, intensa, precaria e hiperdigital a la vez, es aquella ciudad imposible que a veces el cine alcanza a retratar.


«La ciudad imposible: Seúl a través del cine» forma parte del libro Cine coreano en Argentina, una historia de película (Hwarang, 2022) editado por la Embajada de la República de Corea

Por Federico Poore

Magíster en Economía Urbana (UTDT) con especialización en Datos. Fue editor de Política de la revista Debate y editor de Política y Economía del Buenos Aires Herald. Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA), escribe sobre temas urbanos en La Nación, Chequeado y elDiarioAR.

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