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Entrevista a Roxana Morduchowicz

La especialista sostiene que, lejos de anular la vida social, las tecnologías generan nuevas formas de sociabilidad juvenil que la escuela debe aprovechar y fortalecer.

por Federico Poore
Clarín Educación, 27-06-2012

No tenerle miedo a las nuevas tecnologías. Esta es la clave que propone la especialista en comunicación y culturas juveniles Roxana Morduchowicz ante la naturalidad con la que los chicos entran y salen del mundo online. Consultora de UNESCO en temas de Comunicación, Medios y Juventud, Morduchowicz explica a Clarín Educación algunas de las principales estrategias que la escuela puede incorporar para aprovechar estas “nuevas formas de ejercer la vida social” que tienen los jóvenes.

¿Cuál es la relación entre el uso de las redes sociales y la “sociabilidad directa” en adolescentes?
Entre los adultos circula el prejuicio de que el celular y la computadora anularon la vida social de los jóvenes. Es decir, que los chicos hoy viven una vida autista, encerrados en la habitación y navegando por Internet. Habiendo estudiado a los jóvenes, podemos afirmar que las pantallas no hacen esto sino que generan otras formas de sociabilidad. Si antes sólo existía el teléfono de línea, los menores de 18 años hoy tienen teléfono celular (con mensajes de texto y voz), e-mail, chat y redes sociales. De ninguna manera podemos decir que por eso son menos sociales: simplemente generaron otras formas de ejercer su vida social.

¿Cuáles son sus características?
Ante todo, que están mediadas por una pantalla. Los adolescentes están en un momento de la vida en el que su cuerpo cambia, y el hecho de que haya una pantalla ayuda a una comunicación más abierta y desinhibida. Muchos dicen: “Yo en Internet me animo más”, y al no estar el cuerpo son más extrovertidos, cuentan chistes, hablan más de sí mismos. También aparece el concepto de audiencia. Ahora tienen cincuenta o cien “amigos” y el chico aprende a comunicarse de otra manera para llegar a ese público.

¿Qué riesgos corre un chico cuando escribe en la web creyendo que lo leen sólo sus amigos y termina llegando a público mayor?
Una de las prioridades del adolescente es la popularidad. Y si para tener muchos amigos tienen que dar algo más de información personal, la dan. La intimidad cae ante el deseo de ser popular. A veces los jóvenes no miden el alcance de Internet y suben videos, textos o imágenes vinculados a su vida privada porque se consideran inmunes, típico del adolescente que dice “a mí no me va a pasar”. Mientras más inmunes se creen, menos atentos están a estas situaciones.

¿Los adultos deben enseñarles a los chicos la diferencia entre público y privado, o hay que asumir que estas categorías ya no existen?
Los adultos deben hablar. Los filtros que ofrecen los navegadores son fantásticos, pero nada reemplaza al diálogo. Pueden tomarse algunas medidas: si el chico todavía está en la escuela primaria, es no incorporar la computadora a la habitación, instalarla en un espacio de circulación compartido. La idea es evitar las horas de consumo en soledad a una edad temprana, porque una vez que se cierra la puerta de la habitación, el chico está en un territorio sin adultos. También se debe estar al tanto de para qué usa internet el chico. No se trata de controlar qué es lo que habla con sus amigos sino confirmar que aquellos con quienes habla a diario son amigos.

En su libro sostiene que los jóvenes en Internet no sólo son consumidores sino también productores de contenido. ¿Puede el colegio ayudarlos a que produzcan mejores “obras” dentro de los formatos que ofrece la web?
La escuela tiene un enorme rol. Cuando les preguntamos a los chicos cómo aprendieron a usar Internet, un enorme porcentaje responde que lo hizo en la escuela, sobre todo chicos de sectores populares. Sabemos que el principal uso que los jóvenes le dan a la web son las redes sociales y los juegos en red. Pero cuando se les enseña a usar la información se fomenta la diversidad del uso. Dominique Wolton dice que el problema no es la información -que hoy abunda- sino el antes y el después: cómo buscarla, a quién creerle. Si quiero averiguar sobre la contaminación del río puedo encontrar el sitio de Greenpeace y el de una petrolera; el tema es saber qué hacer con la información que provee cada uno. Competencias como éstas son las que el docente debe enseñar. Y hay otra tarea que me parece excelente. Cuando los chicos llegan a primer año del secundario, en general no se conocen. Frente a ello, muchas escuelas crearon el perfil de Facebook de ese año y, moderados por el preceptor o un profesor, los chicos pueden compartir un perfil para conocerse mejor.

En Argentina, la penetración de redes como Facebook es muy amplia. ¿La tecnología iguala a los jóvenes o aumenta las diferencias de clase?
Las desigualdades pasan por el acceso en el hogar, donde aún existen brechas importantes. No así en el uso: hoy el cien por ciento de los adolescentes navega por internet a diario. El que no lo hace en su casa, lo hace en un locutorio o en la escuela. Sucede que quienes cuentan con Internet en la casa tienen un uso más diversificado, mientras que el chico que va a un locutorio no paga para hacer la tarea, sino para jugar, escuchar música o entrar a las redes sociales.

¿Los maestros están más familiarizados con las nuevas tecnologías?
Todos los adultos, no sólo los docentes, desconocen en profundidad las herramientas en cuanto a su uso instrumental, ya que los chicos cuentan con más tiempo libre para explorarlas. Sin embargo, los docentes tienen más sentido crítico y pueden trabajar desde ese lado. Nosotros recomendamos dos cosas: no tenerle miedo a las tecnologías aunque el chico tenga un mejor manejo, y estar al tanto de los consumos culturales de los adolescentes. El docente debe saber para qué usan Internet o el celular, qué música escuchan, qué películas ven. Hoy los bienes culturales a los que accede un chico definen su identidad.

¿Por qué algunos docentes mantienen una visión sospechosa sobre Internet?
Las tecnologías generan incertidumbre, sobre todo en los adultos. Para nosotros son “nuevas tecnologías”; para los chicos, tecnologías a secas. La clave está en romper algunos mitos y animarse a explorar. Si no, los que nos quedamos afuera somos los adultos.

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Por Federico Poore

Magíster en Economía Urbana (UTDT) con especialización en Datos. Fue editor de Política de la revista Debate y editor de Política y Economía del Buenos Aires Herald. Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA), escribe sobre temas urbanos en La Nación, Chequeado y elDiarioAR.

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