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Entrevista a Loris Zanatta

«Perón no fue un estadista»

por Federico Poore
Ámbito Financiero, 27-09-2013

Promediando la charla, el historiador italiano Loris Zanatta admitirá que llegó al peronismo «de causalidad». De paso por Buenos Aires, donde vino a presentar su último trabajo sobre la política exterior de las primeras dos presidencias de Juan Domingo Perón, «La Internacional Justicialista», el profesor de la Universidad de Bologna y autor de «Historia de la Iglesia Argentina» -un clásico que escribió en colaboración con Roberto Di Stefano- analiza por qué cree, a contramano de buena parte de la historiografía, que el líder justicialista era «un fanfarrón» de mirada corta.

¿Dónde encuentra las raíces de lo que llama el expansionismo peronista?
Loris Zanatta: Comienza con la formación del Estado nacional y la idea de que la Argentina -como país joven, rico, nuevo- tiene el destino manifiesto de civilizar al resto de los países de América Latina. Pero si en la etapa liberal había una primacía geopolítica, cuando los Estados Unidos representaban un modelo de civilización, a partir del peronismo esta conducción comienza a basarse en elementos corporativos. Perón tiene la idea de que en el hemisferio americano existen dos potencias: una, Estados Unidos, que tiene todo el derecho a dominar la parte anglosajona del hemisferio. Es decir, Canadá (risas). Del otro lado, Argentina, que sale de la Segunda Guerra Mundial con numerosas reservas y está en condiciones de ejercer cierta influencia en las relaciones internacionales basado en valores orgánicos, vinculados a la civilización católica e hispánica.

Todo esto en el marco del comienzo de la Guerra Fría.
Absolutamente. No olvidemos que Estados Unidos y la Unión Soviética habían sido aliados durante la guerra. Entonces, cuando en 1946 Perón habló de un bloque católico de naciones, podía pensarse que era una manera de preservar estos valores. Pero comienza la Guerra Fría y a Perón le cuesta entender los cambios que se producen. De acuerdo con su visión, el mundo estaba hecho de civilizaciones: los eslavos, los anglosajones, los teutones y, por supuesto, los latinos, a quienes quería unir bajo la conducción del peronismo. Pero cuando se empieza a formar el mundo bipolar, estas antiguas divisiones desaparecen. Surge un nuevo enemigo -el comunismo soviético- que, fortalecido, se expande y ocupa la mitad de Europa (y el papa se concentra en condenarlo, aun cuando la Iglesia siempre había criticado al liberalismo). De pronto, la división europea que Perón visualizaba fue sustituida por la unión frente a la amenaza del comunismo. El Plan Marshall ayuda tanto a la católica Italia como a la protestante Alemania Occidental. Es por eso que el intento de Perón de imponer su visión del destino manifiesto argentino pierde su razón de ser. El papa le hace entender claramente que no apoyaría una iniciativa de ese tipo porque dividiría a Occidente. El papa dice: «¿Cómo vamos a dividir a Occidente cuando sólo los Estados Unidos están en condiciones de enfrentar a la Unión Soviética?». De manera que el sueño panlatino peronista se apoyaba sobre bases anacrónicas.

Pero funcionó, y muy bien, durante un tiempo.
El mito político de la tercera posición funcionó perfectamente. De hecho, funcionó tan bien que Perón luego no pudo abandonarlo. Si hubiera sido un estadista, y yo en este trabajo descubrí que Perón no lo era él hubiese establecido una buena relación con los Estados Unidos. Pero después de haber gastado todos sus recursos en sus tres primeros años, no puede establecer una relación más cooperativa porque a su propia masa le había vendido el mito de la «Argentina potencia». Lo cual no quiere decir que no haya sido un mito popular extraordinariamente eficaz.

¿Cómo recibieron esta idea el resto de los países latinoamericanos?
En un primer momento, los países vecinos estuvieron muy pendientes del peronismo, les gustara o no. La Argentina podía fijar precios y usó el trigo como política: zanahoria para los países amigos y garrote para los países que no entraban en este proyecto panlatino. Algo que más tarde pagarían, porque aquellos a los que chantajeás hoy, no bien pueden, te pasan factura mañana. Y no eran sólo misiones comerciales: también eran misiones diplomáticas e infiltraciones en sindicatos extranjeros, con costos enormes para las finanzas argentinas. Pero a partir de 1949, incluso los regímenes que Perón suponía que habían abrazado su proyecto y el del nacionalismo económico, como (Carlos) Ibáñez, (Getulio) Vargas o (Víctor) Paz Estenssoro, terminan queriendo escapar de la influencia peronista, porque terminan entendiendo que se trataba de una política de expansión del mito nacional argentino. No era un proyecto de integración sino una forma de subimperialismo.

¿Por qué dice que lo decepcionó la figura de Perón?
Porque descubrí a un hombre muy fanfarrón. A Perón le gustaba sentarse con los huéspedes y hablar de los grandes temas internacionales, a pesar de que él mismo estaba marginado de la vida internacional. No se encontró con los grandes líderes en la época. Perón estaba convencido de que iba a estallar una Tercera Guerra Mundial… cosa que hasta 1950 tenía sentido. Pero él seguía pensando esto en 1954, cuando ya había muerto Stalin. Pero más importante aún, era muy cortoplacista. Su solución siempre fue apoyar a todos, lo mismo que hizo desde el exilio con la guerrilla y los sindicatos.

Usted sabe que esta postura lo enfrenta con otros historiadores, peronistas o no, que reconocen que Perón tuvo una visión más global, de estadista, sobre todo en la década del setenta.
¡Pero por favor! Todavía en 1972, Perón da una entrevista en la que condena «la sinarquía internacional»; la supuesta alianza entre la masonería, el comunismo y los judíos… Claro, estoy de acuerdo con ellos cuando dicen que el Perón del 73 era más político. Eso sí: es un hombre consciente de las fuerzas necesarias para pacificar el país. Pero eso no impide señalar que durante la proscripción haya seguido esa misma política de decirle a cualquiera lo que esa persona quería escuchar. Este antiliberalismo y reivindicación del pasado orgánico hace que siga pensando al peronismo no como un partido sino como un todo. Y si todos tienen que caber, el pluralismo social termina expresándose dentro de un partido que no ofrece herramientas para dirimir esos conflictos, que terminan siendo choques. Más aún: estoy convencido de que a la misma (Revolución) Libertadora hay que empezar a leerla como un conflicto dentro del peronismo, donde dos instituciones como las Fuerzas Armadas y la Iglesia -que habían sido parte fundamental del armazón corporativo del peronismo- lo tumban a Perón porque el evitismo había cobrado demasiado poder dentro del movimiento.

¿De dónde nace su interés por el peronismo?
A mí el peronismo en sí mismo me interesa poco. No me parece tan original como muchos piensan.

Sin embargo, le dedicó varios libros al tema.
Es cierto. Pero las historias casi nunca son lineales. En mi caso, era un buen alumno, gané una beca de doctorado y de casualidad conocí a un chico argentino exiliado en Italia que me convenció de venirme a estudiar a la Argentina. Mi primer trabajo fue fruto de mi tesis de doctorado y tuvo mucho éxito, entonces de alguna manera también respondo a una demanda. Por otro lado, al comienzo no estudié el peronismo, sino sus orígenes, es decir, las Fuerzas Armadas y la Iglesia, y a medida que fui madurando como historiador me di cuenta que había un tema que iba mucho más allá de la historia argentina, uno de relevancia universal: una reacción antiliberal que desemboca en un fenómeno político: el populismo moderno.

Usted caracteriza al justicialismo como autoritario. ¿Dónde traza la línea que divide al antiliberalismo del autoritarismo?
Soy de aquellos que piensan que el peronismo fue un totalitarismo, entendiendo que nunca ningún autoritarismo fue total, sino una tendencia. Uno puede ser antiliberal y no ser autoritario. Pero en este caso no estamos hablando sólo de ser «anti». Hablamos de un fenómeno que tiene una matriz esencialmente religiosa y que cree que la sociedad tiene un principio natural y divino. Esta concepción orgánica-tradicional niega la existencia del individuo, un principio democrático. Que sea popular no quiere decir que no sea autoritario.

Por Federico Poore

Magíster en Economía Urbana (UTDT) con especialización en Datos. Fue editor de Política de la revista Debate y editor de Política y Economía del Buenos Aires Herald. Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA), escribe sobre temas urbanos en La Nación, Chequeado y elDiarioAR.

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