Tandil desarrolló un clúster de empresas tecnológicas con más de 80 compañías. En Azul, una arquitecta busca densificar el municipio con un plan enfocado en la cultura y el patrimonio. Historias de éxito y desafíos de la captura de “talentos”.
por Federico Poore
Cenital, 28-07-2023
El último habitante de Quiñihual miró el Mundial de Catar acompañado por sus perros. “Lo más gracioso era que cuando gritaba los goles, los perros ladraban sin entender qué pasaba”, dijo Pedro Meier, que atiende una pulpería en un paraje de la provincia de Buenos Aires a 502 kilómetros de la Capital Federal y a 15 de Coronel Pringles.
El de Pedro es un ejemplo extremo, pero muy gráfico, del vaciamiento de los pueblos tras la caída de los ramales ferroviarios y la tecnificación de la producción agrícola de las últimas tres décadas.
Según cifras de la ONG Responde, 625 de las 2.500 localidades rurales de Argentina perdieron residentes en el último tiempo. En algunos casos, el declive parece tan irreversible como inevitable. En otros, los pueblos están dispuestos a dar pelea.
La ley de la frontera
Son muchas las organizaciones que se dedican a la recuperación de estos lugares del interior del país. “Reabren un cine en Colonia Lapin”, “Se busca almacenero”, “Regalan 50 terrenos para refundar un pueblo” son algunas de las publicaciones recientes de la página de Proyecto Pulpería. Hay dejos de neorruralismo, gauchismo hardcore y turismo rural: lo cierto es que vivir en un paraje o en un pueblo de cuarenta habitantes no es para cualquiera.
Acaso el más prometedor de este tipo de proyectos es “Bienvenidos a mi pueblo”, una iniciativa de la fundación suiza ES VICIS que busca el desarrollo de localidades rurales con alto potencial de crecimiento y que ya cuenta con 17.000 interesados en lista de espera.
La prueba piloto de ES VICIS tuvo como objetivo insertar 20 familias en Colonia Belgrano, un pueblo de mil habitantes ubicado a 190 kilómetros de Rosario. Las pautas fueron claras: un repoblamiento sostenible con familias que pudieran aportar productos o servicios insuficientes o inexistentes, es decir, que no compitieran con la oferta local. Uno de los resultados del programa fue que la población aumentó en un 10%.
Como se explica en esta nota, el proceso de selección de los lugares y las familias consta de muchas etapas y se extiende por tres años. Primero, la fundación analiza la propia viabilidad del lugar para generar empleo. Después filtra a los aspirantes según sus chances de prosperar en esas comunidades de acuerdo a sus profesiones o habilidades. Finalmente, los grupos interesados viajan al pueblo durante nueve meses donde asisten a jornadas informativas y de vinculación, además de recibir capacitaciones para su inserción laboral y de comenzar a construir sus viviendas.
“Vi lo que hicieron en Colonia Belgrano y me pareció una oportunidad excelente para nuestro pueblo porque la falta de trabajo es una realidad en todo el país y creo que moviendo emprendimientos chicos o reactivando la economía del pueblo se va a lograr la repoblación”, dijo Jorgelina Vázquez, presidenta de la Comisión de Apoyo de un programa que va a ejecutarse en San Eduardo, al sur de la provincia de Santa Fe.
De Tandil a Bahía Blanca
Las historias de los pueblos que buscan salvarse del olvido son el prólogo de un movimiento de mayor ambición por conseguir un desarrollo geográfico más equilibrado. Y dado que el mayor interés de esta columna está puesto en las ciudades, me gustaría concentrarme en algo de lo que no se habla tanto como se debería. Me refiero a las ciudades intermedias.
La semana pasada, Tomás Bril Mascarenhas, director del Área de Política Productiva de Fundar, compartió un interesante hilo de Twitter (o “X”, o como sea que se esté llamando esta semana) sobre la ciudad de Tandil.
Esta ciudad de 150 mil habitantes ubicada en el centro geográfico de la provincia de Buenos Aires está experimentando un rápido crecimiento -28% más habitantes en los últimos doce años- de la mano de un polo de empresas de software que hoy emplean unas 2.500 personas.
Para este especialista, Tandil es un ejemplo cabal de que “con horizonte de mediano plazo y coordinación público-privada puede florecer el empleo privado de calidad lejos de las zonas metropolitanas”, es decir, personas y empresas que exporten desde el interior del país o, como le gusta decir, “desde afuera hacia afuera”.
Intrigado por este “caso de éxito”, y enterado de que Fundar está trabajando en una serie de estudios de casos cualitativos sobre el sector de software en Argentina, decidí hablar por Zoom con Tomás para conocer su mirada sobre el fenómeno.
¿Puede el software cumplir un rol revitalizador en una ciudad?
Hay algo para explorar, un potencial latente en la idea “desde afuera hacia afuera”. Pero ese despegue no va a ocurrir por dinámicas de mercado: dependerá mucho de la política productiva (lo que en el mundo anglosajón se conoce como industrial policy).
En el mundo del software, la logística no incide sobre los costos y eso nos habilita a pensar en el potencial de lugares no metropolitanos. Las empresas de software buscan territorio de acuerdo a la dotación de recursos humanos disponible en cada lugar. Podría haber un efecto de feedback entre los sectores de software y turismo, que se retroalimentan entre sí. Muchos jóvenes con conocimiento en programación pueden relocalizarse hacia lugares con mejor calidad de vida, con acceso a la naturaleza, y esos destinos, en muchos casos, son los mismos que atraen turismo local e internacional.
¿Dónde creés que están ubicadas las ciudades con más potencial?
El trauma de la pandemia llevó a muchas personas a revalorizar el estar cerca de la naturaleza, y la Argentina tiene bellezas naturales de nivel mundial: Ushuaia, Bariloche… Correlación no es causalidad, pero puede haber una correlación entre localización de industria de software y acceso a alta calidad de vida, más cerca de la naturaleza. Además, esos mismos lugares atraen a nómades digitales. En Argentina hay varias ciudades medianas desde las cuales cualquiera que exporte servicios y tenga buena conectividad puede tener un nivel de ingresos y una calidad de vida envidiables no sólo a nivel América Latina sino también a nivel mundial. Ahora bien, para que florezca el sector del software necesitás gente joven que se forme en esos lugares y que quiera vivir ahí.
¿Cómo evitar que algunos de estos centros urbanos se conviertan en ciudades dormitorio, con personas que solo las usan de base mientras buena parte del tiempo trabajan en Buenos Aires?
En conversaciones con compañías de software uno escucha que muchas de las personas a las que podrían contratar son aquellas con intenciones de regresar a sus ciudades de origen. Por ejemplo, es posible que haya gente en Tandil que, ante la posibilidad de trabajar en una empresa exportadora de software, prefiera hacerlo en Tandil antes que en Buenos Aires, y no dedicar dos o tres horas de su día viajando a la ciudad o a través de ella, como nos pasa a muchos de nosotros.
Esta combinación entre software y turismo me pareció de lo más interesante, porque implica el desarrollo de políticas que apuntan a dos sectores con niveles muy diferentes de calificación. Para darse una idea: hacia marzo de este año, el salario bruto promedio del sector alojamiento y gastronomía (nuestro equivalente al empleo generado por el turismo) era de $140.963, mientras que en el área de información y comunicaciones (un proxy de lo que sería el sector del software) trepaba a $529.000 por mes. Los datos son del Ministerio de Desarrollo Productivo.
Otro dato clave que se desprende de mi conversación con Tomás es la necesidad de que este tipo de movimientos se hagan de manera coordinada entre los diferentes actores.
Esto es importante ya que aquellos que se mandan por su cuenta encuentran circunstancias más difíciles para instalarse. A veces, por el hecho de entrar a competir con el trabajo local; otras veces, porque la llegada no planificada de profesionales de la metrópolis termina por exponer la falta de una infraestructura adecuada para determinadas empleos (en Bariloche, por ejemplo, el intendente reconoció las limitaciones de la red eléctrica para hacerle frente a las nuevas llegadas).
Con 335 mil habitantes, Bahía Blanca ya está un poco grandecita como para ser considerada una ciudad intermedia pero experimenta “problemas de crecimiento” similares.
“Las principales necesidades tienen que ver con la infraestructura: mejores accesos logísticos, más calles asfaltadas y una adecuada planificación urbanística”, me dijo Fernando Bueno, director en la Corporación del Comercio, Industria y Servicios (CCIS) de Bahía Blanca.
En el último tiempo, el crecimiento bahiense fue motorizado por el sector portuario, las energías renovables y la cadena de valor del agro y ahora se estima un 20% más de población para los próximos diez años, vinculado sobre todo a nuevos empleos y a la demanda derivada de la industria petrolera. “La ciudad ha crecido mucho y de manera desordenada. Necesita discutir y reglamentar urgente un código de planeamiento urbano”, dijo Bueno.
De no abordar estos déficits a tiempo, es posible que la ciudad se enfrente con lo que comentaba Fer Bercovich en una entrega anterior de su newsletter cuando hablaba de los riesgos del éxodo sin planificación.
La ancha avenida del intermedio
Pero precisemos un poco más de qué hablamos cuando hablamos de ciudades intermedias.
Para poder ser considerada como ciudad intermedia, un municipio debe reunir las siguientes condiciones. Primero, estar alejado de las grandes áreas metropolitanas. Segundo, tener una población de entre 20.000 y 145.000 habitantes, lo que le permite una mínima economía de escala y un tamaño que permita una planificación urbana sustentable. Tercero, contar con alguna ventaja previa. Puede ser un activo logístico (un puerto, una conexión ferroviaria relevante, acceso a una ruta nacional), alguna institución relevante -como una universidad o una sede del INTA- o ser la economía más relevante en su área inmediata. Esto último es justamente el caso de Tandil y Bahía Blanca, las cuales califican debido a su potencial económico más allá de que por número de habitantes se pasan del rango considerado.
Esta clasificación la tomé de Matías Battaglia y Juan Pippia, socios fundadores de Innovación en Asuntos Estratégicos (Innovaes), que el año pasado estudiaron un eje económico prometedor.
“El mayor potencial lo vemos en una serie de municipios que se encuentran a lo largo de la Ruta Nacional N° 5”, explican Battaglia y Pippia, quienes vislumbran un área de oportunidad que arranca en la localidad de Mercedes y llega hasta Santa Rosa, provincia de La Pampa.
“Estos municipios cumplen con todos los requisitos. Se encuentran alejados de grandes áreas metropolitanas y también del eje que marcan las principales rutas nacionales que se dirigen hacia el norte, como la 9 y la 8. Su población se encuentra distribuida de manera pareja y varios de los municipios tienen alrededor de 40 mil habitantes”.
¿Cuáles serían las ventajas de este corredor? En primer lugar, una serie de activos logísticos, como la propia ruta 5 y una serie de conexiones ferroviarias preexistentes, además de que por esa ruta pasará el gasoducto Néstor Kirchner (GPNK) y una serie de potenciales actividades relacionadas.
Además, estos municipios -entre los que se encuentran Mercedes, Luján, Chivilcoy, 9 de Julio y Bragado- comparten un perfil productivo centrado en actividades agropecuarias y la agroindustria, las cuales son ideales para generar cadenas productivas más amplias. También se observan industrias con cierta complejidad y un sector servicios muy diversificado.
Hasta aquí, el diagnóstico. ¿La propuesta? Estimular centros de desarrollo alternativos mediante una red de relaciones urbanas que vaya de Mercedes a Santa Rosa. ¿Cómo lograrlo? Ejecutando obras de infraestructura, viales y ferroviarias que ayuden a bajar los costos logísticos y estableciendo beneficios impositivos acotados en el tiempo (por ejemplo, 8 años no prorrogables).
La lógica detrás de esta apuesta es sencilla: los partidos más chicos y más remotos suelen tener actividades más básicas, pero a medida que una ciudad crece ganan peso los servicios, el comercio y las manufacturas.
“Por ende, toda política de industrialización o diversificación (incluido servicios) que se busque en el Interior, debe ir de la mano del aumento de tamaño de las ciudades y su densificación”, explicó Innovaes en un artículo. “Eso luego permite desarrollar más conectividad logística de manera eficiente y sustentable, que acorte distancias y mitigue la lejanía”.
No es un fenómeno únicamente bonaerense: hay ejemplos similares de potencial industrial en provincias como Córdoba (en ciudades como Marcos Juárez y Bell Ville) y Santa Fe (en Rafaela y Sunchales, ambas ubicadas en el departamento de Castellanos).
Turismo e industria cultural
Hay otras formas de optimizar el uso del espacio urbano. En el partido de Azul, en la región pampeana, la arquitecta y urbanista Alicia Lapenta impulsa un proyecto de planificación territorial centrado en la cultura que se aleja del foco agrario al tiempo que rompe con los abordajes más vecinalistas e inocentes de muchos municipios.
Para esta ciudad de 70 mil habitantes, Lapenta imagina un plan de desarrollo urbano con énfasis en el patrimonio cultural y natural. Una de sus propuestas es la consolidación de un eje cultural en torno a la obra del arquitecto ítalo-argentino Francisco Salamone, poniendo en valor y dándole una nueva vida a aquellos edificios abandonados o subutilizados que hoy forman parte del circuito Salamone, como los alrededores del Cementerio de Azul, la Plaza San Martín y el Matadero Municipal.
Frente a la mirada folclórica o nostálgica, esta urbanista propone el desarrollo del mercado de arte local y un trabajo de concientización en torno al valor económico de la cultura y su vinculación con el empleo. Es un salto de escala que no reniega de las tradiciones pero se nutre de ellas para la generación de industrias culturales de mediana escala y que invita a asociarse con sectores “que no pertenecen a los circuitos oficializados del arte”.
El mes pasado, el municipio de Azul propuso desarrollar un “Camino Interserrano Bonaerense” junto a los municipios vecinos de Lobería y Benito Juárez donde se convoca a vecinos interesados y a los futuros prestadores de servicios para desarrollar una propuesta turística en ese sector de la provincia.
Ya sea por medio del software, la agroindustria, el arte o el turismo, estas localidades parecen haber encontrado un eje económico diferencial, un ángulo propio que potencia sus fortalezas.
“En la medida que las ciudades intermedias empiecen a crecer, generarán más puestos de trabajo, tanto calificados como no calificados”, dicen Battaglia y Pippia. “En un primer momento, es probable que esos puestos sean ocupados por personas de la misma ciudad o de municipios aledaños -ya con eso estaríamos aminorando la migración hacía las grandes urbes- pero en el mediano plazo podemos estimar que existirá una necesidad de captar personal calificado”.
Llegado a ese punto, es posible que estas ciudades puedan comenzar a ofrecer “mejores sueldos y posiblemente mejores condiciones laborales”, explican Battaglia y Pippia, aunque esto no implique necesariamente “absorber” un número importante de personas. El objetivo final no es el reacomodamiento geográfico per se sino, ante todo, ampliar las oportunidades de sus habitantes.