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¿La mayor villa miseria del mundo?

Javier Milei dijo que en caso de no ser elegido el país va camino a convertirse en un gran asentamiento. Pero la evidencia muestra otra historia sobre la relación entre los barrios informales y las versiones extremas del liberalismo económico.

por Federico Poore
Cenital, 27-10-2023

La frase, efectista, se escuchó en el primer debate presidencial. “Si seguimos así, en cincuenta años vamos a ser la villa miseria más grande del mundo”. Había sido proferida por el candidato de ultraderecha Javier Milei, que como remedio para evitar este supuesto destino propuso “hacer una reforma del Estado, bajar drásticamente el gasto público, reducir impuestos, simplificar el sistema tributario, desregular a fondo la economía, hacer privatizaciones para sacarnos las nefastas empresas del estado de encima, abrir la economía y cerrar el Banco Central”.

El problema es que si se aplicara aquello que profesa Milei probablemente tendríamos más, y no menos, asentamientos que ahora. Al menos esto indica la evidencia. Pero dado que el debate público parece estar contaminado por eslóganes poco trabajados de la escuela Austríaca, acaso valga la pena tensar esta hipótesis con estudios concretos sobre el modo en el que funcionan las ciudades.

En cifras

Si bien la historia de los asentamientos urbanos data de fines del siglo XIX y principios del XX, durante mucho tiempo no existieron estadísticas confiables sobre las villas miseria, también conocidas como asentamientos informales, tugurios, ranchos, pueblos jóvenes, favelas, bidonvillesslums.

La primera gran auditoría a nivel mundial de la pobreza urbana fue publicada en 2003 por ONU-Hábitat. Utilizando las microinvestigaciones sobre desigualdad global del economista Branko Milanović, el informe The Challenge of the Slums le puso cifras al fenómeno y aseguró que a principios de siglo, 921 millones de personas vivían en barrios informales.

En cuanto a las causas detrás de estas áreas urbanas hiperdegradadas, los investigadores de Naciones Unidas no hablaron tanto de “mal gobierno” como de los programas de ajuste estructural de los años ochenta y noventa que aumentaron la desigualdad y debilitaron los esfuerzos de las autoridades locales para usar las urbes como motores del crecimiento. Si algo falló fue, justamente, “la poca o nula planificación para hacerle lugar a estas personas o proveerlos de servicios básicos”.

Pero hay más.

Jason Hackworth, profesor de geografía de la Universidad de Toronto, aseguró que la retracción del sistema de viviendas públicas, la privatización del mercado de la vivienda y la mercantilización del suelo agravaron los problemas de hábitat y alimentaron la producción de villas miseria.

Otros factores, a los que Hackworth llama “pasivos”, también contribuyeron al desarrollo de los slums. Entre ellos se cuentan el aumento en el desempleo que sigue a los despidos masivos y, sobre todo, la creciente informalidad. El fenómeno fue bastante estudiado en África, donde los investigadores encontraron una fuerte correlación entre la aplicación de políticas neoliberales y el crecimiento -tanto en número como en tamaño- de los asentamientos.

Una receta inevitable

Mike Davis, uno de los ensayistas norteamericanos más originales de las últimas tres décadas, dedicó varias obras a investigar la lucha por el control de los espacios y territorios. En Planet of Slums, acaso su mejor obra, argumenta que ya no existe una relación directa entre la riqueza de las ciudades y el tamaño de su población.

A partir de mediados de los ochenta, grandes ciudades industriales del hemisferio sur (Mumbai, Johannesburgo, Buenos Aires, Belo Horizonte, San Pablo) fueron cerrando sus fábricas. En otras partes de África, se frenó incluso cualquier tipo de desarrollo o aumento de la productividad agrícola. Sin embargo, las personas siguieron migrando de manera masiva a las ciudades.

“Kinsasa, Luanda, Jartum, Dar-es-Salaam, Guayaquil y Lima siguen creciendo prodigiosamente a pesar de la ruina de las industrias de sustitución de importaciones, la contracción del sector público y la movilidad descendente de sus clases medias. Las fuerzas globales que sacan a la gente del campo parecen sostener la urbanización incluso cuando las ‘fuerzas atractoras’ de la ciudad se ven drásticamente debilitadas por la deuda y la depresión económica”, dice Davis. “Como resultado, el rápido crecimiento urbano en un contexto de ajuste estructural, devaluación de la moneda y reducción del Estado ha sido una receta inevitable para la producción masiva de barrios marginales”.

Este último punto es clave, porque prueba que el crecimiento de las villas se dio en paralelo con el aumento del capitalismo en las ciudades.

Luanda, la capital de Angola, lleva cuatro décadas de liberalización económica pero sus musseques o asentamientos no paran de crecer. Matteo de Mayda / X

Discutimos esta idea con Sebastián Welisiejko, que hace varios años trabaja en temas de desarrollo y urbanismo, y me lo resumió en un argumento: “Las villas miseria son la manifestación territorial de la desigualdad”.

Welisiejko, magíster en desarrollo económico por la Universidad de Sussex, cree que el problema de fondo es la desigualdad. Esto ayuda a explicar por qué las sociedades de posguerra (y su pico de igualdad) tuvieron una crisis habitacional menos explosiva que la que se dio a partir de los setenta, cuando los niveles de inequidad alcanzaron una dimensión inédita. O por qué países con similares niveles de PBI per cápita, como Estados Unidos y Alemania, tienen resultados radicalmente distintos en términos de acceso a la vivienda.

Vivienda barrani

Mauricio Corbalán es arquitecto, urbanista y fundador del grupo de investigación m7red, y tiene una mirada más provocadora sobre el argumento de Milei.

“Sus declaraciones contra la vivienda informal chocan con el modelo clásico del ‘urbanismo libertario’ que es el asentamiento con autoconstrucción”, dice Corbalán. “Es una contradicción muy propia de los libertarios en Argentina”.

Para este urbanista, si hay algo parecido al anarcocapitalismo en el mercado de la vivienda es, justamente, la vivienda barrani y -en ese sentido- las propuestas del economista peruano Hernando de Soto, presidente del Instituto Libertad y Democracia y amigo de los think-tanks ultraliberales.

¿Qué dice De Soto? Que los pobres están sentados sobre una mina de oro. Que sus viviendas marginales son activos económicos (“capital muerto”) que deberían ser reconocidos por los gobiernos y convertidos en un capital líquido que le permita a los “dueños” acceder al crédito formal. Que la manera de sacar a la gente de la pobreza es entregar títulos de propiedad a mansalva.

Sin embargo, esta propuesta “revolucionaria” (que de todas formas no es lo que dijo Milei, recuerden que esto es apenas un esfuerzo por tomarnos en serio los planes de su línea política) terminó siendo muy criticada, ya que allí donde se practicó no tuvo los efectos esperados.

“Los habitantes de los barrios marginales que recibieron títulos formales de propiedad de sus viviendas no registradas no fueron derecho al banco en masa para pedir préstamos contra sus propiedades para construir nuevos negocios”, dijo Raquel Rolnik, ex Relatora Especial de la ONU sobre el Derecho a la Vivienda. “Una buena política de vivienda es diversificada y debe involucrar diferentes regímenes de tenencia, no sólo la propiedad privada”. Otro estudio del Banco Mundial concluyó que los programas de titulación “no parecen ser el primer gran paso para mejorar la calidad de vida de los habitantes” de los países pobres donde se implementaron.

Este debate, que parece una interna menor entre urbanistas, es clave a la hora de pensar el desarrollo de nuestras ciudades. Un riesgo probado de un programa de titulación masiva es que no termine con personas humildes sacando créditos para reinvertir en sus hogares y en sus negocios sino con esas mismas personas vendiendo sus propiedades y mudándose a lugares con peor transporte y más lejos de las oportunidades.

Los economistas liberales aseguran que los bancos están preparados para proporcionar crédito a la población pobre que recibe títulos de propiedad, cuando la experiencia muestra justamente lo contrario. Wikimedia Commons

Como concluyó Edesio Fernandes, profesor de la Unidad de Planificación para el Desarrollo del University College de Londres: “La única manera de que estas políticas puedan tener un efecto más profundo sobre la pobreza urbana es convirtiéndolos en parte de un grupo más amplio de políticas públicas preventivas diseñadas para promover una reforma urbana general y respaldadas por políticas socioeconómicas dirigidas a la generación de empleos e ingresos”.

Regresando a la sugerencia de Milei de que una versión más desatada del capitalismo terminará con las villas miseria, Corbalán recuerda una obra clásica de la socióloga Saskia Sassen, La ciudad global.

“Uno de los argumentos más interesantes de la teoría de las ciudades globales es que los núcleos de alta eficiencia conectados a una economía global pueden coexistir perfectamente con amplios bolsones de pobreza”, explica. “Después de todo, estos servicios conectados a la economía global precisan de una mano de obra local, que puede ser la del pobre o la del inmigrante”.

Corbalán destaca que San Francisco, una de las ciudades más ricas y “tecnológicas” de los Estados Unidos, enfrenta una aguda crisis de vivienda, con decenas de miles de personas viviendo en carpas, en autos o en la calle. Según la crónica de la Associated Press, esto “ha dado un vuelco a la visión estereotipada de los homeless como desempleados: son trabajadores de comercio, fontaneros, conserjes, incluso profesores que van a trabajar, duermen donde pueden y compran abonos de gimnasio para tener un lugar donde ducharse”.

Hablando en serio

Esta crítica a los efectos concretos del free market en las ciudades no es un elogio al modelo estatalista. No solo son legendarios los problemas que han tenido las grandes ciudades planificadas de los países del socialismo real: el 50% de las villas de este país se crearon en este siglo, que tuvo mayoría de gobiernos kirchneristas y un Estado más “grande” que en la década del noventa. En el especial de alquileres que publicamos el mes pasado ya explicamos los límites de la producción estatal de vivienda.

Pero como intenté mostrar a lo largo de esta columna, es difícil argumentar que la causa del crecimiento de las villas sea la falta de mercado. “En buena parte del Tercer Mundo”, dice Mike Davis, “la idea de un Estado intervencionista fuertemente comprometido con la vivienda social parece una alucinación o un mal chiste, porque los gobiernos hace tiempo que abandonaron cualquier esfuerzo serio para prevenir la conformación de asentamientos y remediar la marginalidad urbana”.

De hecho, allí donde el retiro del Estado fue total los habitantes deben recurrir al gas en garrafas, la seguridad debe contratarse de manera privada (ya sea a empresas o pandillas) y hasta el agua depende de los proveedores privados. Las ciudades libertarias se parecen más a Gurgaon o Luanda que a Viena o Seúl.

Más que la cantidad de Estado, se trata de la inteligencia (o no) con la que los gobiernos intervienen, regulan y planifican las ciudades. Dado que las causas del crecimiento de la informalidad urbana son muy distintas, las respuestas de política pública a este desafío tienen que ser necesariamente más complejas que un eslogan.

Los ejemplos exitosos alrededor del mundo tienen un Estado eficaz que guía el desarrollo urbano, establece políticas claras de ordenamiento territorial y desarrolla diferentes modelos de vivienda asequible. “Si las políticas no piensan el conjunto, el conjunto de la sociedad y el conjunto del territorio, el mercado no puede resolver los problemas que genera la vida colectiva”, dijo Adrián Gorelik, uno que sabe en serio.

El mes pasado cubrí para Cenital un panel sobre la crisis de la vivienda organizado por la Cámara Empresaria de Desarrolladores Urbanos. El moderador del evento, Damián Tabakman, tuvo que explicar por qué en la mesa -de la que participaron referentes de Unión por la Patria, el PRO y la UCR- no había representantes de La Libertad Avanza: “No pudimos dar con nadie que estuviera interesado”.

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Por Federico Poore

Magíster en Economía Urbana (UTDT) con especialización en Datos. Fue editor de Política de la revista Debate y editor de Política y Economía del Buenos Aires Herald. Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA), escribe sobre temas urbanos en La Nación, Chequeado y elDiarioAR.

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