Un arquitecto, un urbanista y una especialista en biodiversidad analizan el estado de los corredores verdes, reservas y parques naturales en la región metropolitana y sugieren políticas para potenciarlos.
por Federico Poore
Cenital, 29-09-2023
El chiste dice así. Un policía ve a un borracho buscando algo bajo una farola. Le pregunta qué fue lo que perdió, el borracho responde que las llaves, que cree que las perdió en el parque.
-Entonces, ¿por qué las busca aquí? -pregunta el policía.
-Porque aquí hay luz.
Así como en el periodismo de espectáculos cuesta más recomendar una gran película italiana descubierta en un ciclo especial que hacer copy-paste de la gacetilla de Netflix, al periodismo de temas urbanos le cuesta mucho meterse en los grandes desafíos metropolitanos: siempre es más fácil cubrir una protesta en Caballito, un choque en Palermo o la enésima polémica por la ciclovía de Libertador. Más cerca, más a mano, aquí hay luz.
Con los espacios verdes pasa lo mismo. Nos metemos con la falta de parques y plazas en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (y vaya si nos metemos), pero sabemos muy poco sobre el déficit verde en el Gran Buenos Aires. Y sin datos duros -más allá de alguna excepción aquí y allá– se vuelve difícil la comparación.
Esta columna propone hacer zoom out y encarar un abordaje integral del verde en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA, para los amigos) a partir de un trabajo que entiende que el todo es más que la suma de sus partes.
Una mirada integral
Este mes se hizo una presentación especial del libro Biodiversidad urbana. Apuntes para un sistema de áreas verdes en la región metropolitana de Buenos Aires, a diez años de su publicación por la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS). Sus autores, Diego Garay y Leonardo Fernández, piensan que debemos pasar de la idea de áreas verdes como espacios estancos a una mirada más integrada. Y su propuesta no podría ser más actual.
“Creo que seguimos teniendo una visión fragmentada de los espacios verdes, libres y públicos. No los vemos como un sistema dentro de la región metropolitana”, dijo Fernández, urbanista de la UNGS y consultor en temas territoriales y de ecología urbana.
Según esta visión, tres grandes ecosistemas rodean a la mancha urbana del AMBA: el Río de la Plata, el Delta del Paraná y un área rural que atraviesa los partidos que se ubican sobre la Ruta 6.
Estos ecosistemas atraviesan diferentes jurisdicciones, lo cual complica su administración. Garay, arquitecto especializado en ordenamiento territorial y planificación del paisaje, mencionó que entre la “infinita cantidad de temas que hay que tener en cuenta para que un espacio verde, libre y público funcione como tal” están la accesibilidad, la capacidad de carga, el patrimonio natural y la cuestión administrativa, es decir, si es municipal, provincial o nacional.
Como sabemos, la gestión de las áreas verdes en la región metropolitana sufre de problemas presupuestarios. Sin embargo, dicen los autores, “estas dificultades económicas muchas veces responden a la falta de valoración del recurso, al desconocimiento técnico y a la ausencia de un organismo de coordinación”.
Vías verdes
¿De qué hablamos cuando hablamos de un sistema de áreas verdes? De un sistema complejo integrado por plazas, parques y reservas naturales… pero también por corredores fluviales o viales y hasta la traza del ferrocarril.
Tomemos los tendidos ferroviarios. Para el urbanismo del nuevo siglo, se trata de posibles corredores de biodiversidad, capaces de complementar otros corredores y de conectar parques y plazas de estación en áreas densamente pobladas.
“La gestión de estos espacios en la actualidad es casi nula, y menos interpretada como espacios de valor ambiental. Existen numerosos ejemplos en diversos países que han realizado programas de reconversión de ramales desafectados, convirtiéndolos en vías verdes, generando nuevas circulaciones y nuevos usos paisajísticos y recreativos”, explican Garay y Fernández.
Un ejemplo de este tipo de espacios naturales es la Petite ceinture, una vía férrea de 32 kilómetros alrededor de París hoy convertida en un lugar de paseo y exploración urbana. Otro son las Vías Verdes españolas, un programa que este año cumple treinta años y que ofrece 139 itinerarios por vías por donde ya no circulaban trenes y que fueron acondicionados con fines ecoturísticos.
Hoy estamos lejos de esta postal. Acosados por otras urgencias, la tarea inmediata de las autoridades es combatir intrusiones y ocupaciones. De acuerdo con fuentes oficiales, el 5% de los barrios precarios de todo el país están asentados sobre vías del ferrocarril o a menos de 10 metros de ellas.
Pero por algún lado hay que empezar, y los potenciales usos verdes de los tendidos ferroviarios no se limitan a los ramales desafectados. Algunos ejemplos concretos de posibles intervenciones son los ramales La Plata-Haedo o Temperley-Cañuelas del Roca, los tramos Avellaneda-Tapiales o Tapiales-Marcos Paz del Belgrano Sur, o el tren Sarmiento hasta Mercedes a partir de la estación Caballito.
“Estos corredores, además de formar parte de una gran red de vinculación entre los grandes ecosistemas y la mancha urbana, proveen de especies a los nodos verdes”, sostienen los autores.
Un atisbo de avance tuvo lugar el año pasado. Un acuerdo entre Trenes Argentinos y la Autoridad de la Cuenca Matanza-Riachuelo (ACUMAR) abrió la puerta para la generación de biocorredores en terrenos ferroviarios con especies vegetales autóctonas, lo que permitiría interacciones y libre flujo de las especies entre los distintos espacios verdes.
De manera interesante, se contemplan también obras de mejoramiento del paisaje típico de la región, como la puesta en valor de viejas estaciones y los galpones que podrían destinarse a usos sociales como “como ferias, espacios de economía circular, jardines de mariposas, viveros productivos de flora nativa y huertas comunitarias”.
Habrá que ver si las políticas públicas acompañan esta iniciativa, dado que la actual gestión también ha dado señales en sentido contrario y estos meses estuvo dedicada a entregar espacios ferroviarios a municipios y empresas (la última: le otorgaron a un privado una porción del espacio público de la estación Villa Pueyrredón para que lo explote comercialmente durante 25 años).
Los corredores viales también generan vacíos urbanos que pueden ser transformados en espacios públicos verdes. Según se explica en Biodiversidad urbana, las rutas, autopistas, avenidas y bulevares del AMBA suelen contar con anchos mayores a 20 metros, lo cual permite albergar otros usos además de los estrictamente vinculados al transporte.
“En la Región Metropolitana muchos de estos elementos se encuentran con diferente grado de consolidación. En los centros y subcentros urbanos encontramos mayor grado de consolidación, y una tendencia creciente a su deterioro a partir de la incorporación de otros elementos, como la publicidad, que contribuyen a la contaminación visual y restan espacio a la forestación”, dicen los autores.
“Pero a medida que los alejamos de las centralidades, el grado de consolidación disminuye, dando lugar a avenidas, rutas y autopistas que poseen superficies absorbentes vacantes o con buena forestación”. Estas vías tienen el potencial de convertirse en corredores de biodiversidad.
Es un fenómeno interesante: muy propio del interjuego entre la acción del hombre y el entorno natural: si bien muchos de estos elementos son perturbaciones del sistema natural (cuando no directamente barreras para el traslado de especies) algunos pueden, con la ayuda de un tratamiento particular, convertirse en verdaderos corredores verdes.
Otros ejemplos de posibles corredores de biodiversidad viales son la Av. Goyeneche (ex AU3) y el Boulevard García del Río (que corre por encima del arroyo Medrano) en CABA, las avenidas de la ciudad de La Plata, el Camino del Buen Ayre o la Ruta 7 a la altura de Morón.
De la placita a la reserva natural
Estos elementos integran una red de ayuda mutua con otros nodos productores de biodiversidad como las plazas, los parques y las reservas, que funcionan como “postas” que favorecen la generación de recursos ambientales.
Acá aparece un problema de escala: si bien estos espacios tienen que guardar relación con la población y con su capacidad de carga, en el AMBA “se han originado siguiendo una tradición de varios siglos” con criterios de diseño y escala de legislaciones europeas que hoy quedaron desactualizados.
“Podemos encontrar algunos ejemplos donde la conexión parque, plaza, boulevard era una premisa del diseño urbano original -en la ciudad de La Plata, en Capital y en algunos municipios antiguos de la región-, pero desde hace décadas estos ejemplos del pasado carecen de un manejo que los interprete”, dicen Garay y Fernández.
Una cosa es una plaza, que por definición es un espacio de sociabilidad y convocatoria, y otra un parque urbano (ya sea que tome elementos del parque formal francés o de la escuela romántica inglesa). Este último, si bien originalmente respondía al paseo contemplativo, más adelante le fue sumando otros usos recreativos y deportivos.
Hablábamos de escalas: las plazas son espacios verdes públicos de cercanía y de uso cotidiano, y su criterio es la accesibilidad. Normalmente las usamos si las tenemos a 500 metros o menos de nuestro hogar (o nuestro trabajo). Los parques, en cambio, tienen otras funciones: son espacios públicos de gran superficie aptos para desarrollar actividades culturales, sociales, deportivas que además mitigan efectos ambientales mediante la absorción de dióxido de carbono, la conservación de la biodiversidad y la oxigenación. Su radio de influencia va de los 2.000 a los 4.000 metros.
Luego están las reservas naturales, áreas de gran extensión que buscan promover la educación ambiental y la conservación de recursos naturales y culturales. En el caso del AMBA, algunos de estos sitios son la reserva Isla Botija (Zárate), la reserva Delta en Formación (Tigre) o las reservas Otamendi y Río Luján (Campana), los cuales ofrecen paisajes agrestes típicos de la región, con sus plantas y animales originarios.
Sin embargo, dicen los autores, “para que las reservas exhiban el carácter educativo y científico que su propia designación implica, se requiere de equipamiento especializado, y este no se encuentra en la mayoría de las pertenecientes al área metropolitana”.
Como parte de su investigación, Garay y Fernández buscaron predios para posibles futuros parques y detectaron grandes extensiones forestadas o parquizadas de acceso restringido.
Los autores relevaron 16 reservas urbanas y encontraron 64 nuevas zonas de gran valor ambiental (más allá de que para algunos de ellos hacen falta estudios específicos sobre los aspectos legales y de dominio). En muchos casos, al tratarse de instituciones sin fines de lucro, los espacios están abandonados o subutilizados debido a los altos costos de mantenimiento.
Pero se pueden hacer cosas. Romina Galeota, asesora en desarrollo de proyectos, gestión de la biodiversidad y educación ambiental de Almirante Brown, mencionó el caso de la reserva natural “Camino de las Flores”, en Longchamps. Este año, estos cuatro humedales y 160 hectáreas de pastizal pampeano del segundo cordón del conurbano fueron declarados “paisaje protegido”, lo que abre la puerta para intensificar las tareas de cuidado en el área y potenciar actividades de educación ambiental para chicos.
“Estos logros de gestión, además de ser una respuesta al trabajo conjunto entre organizaciones socioambientales, vecinos y vecinas y referentes políticos, representan nuevos desafíos de gestión pública en donde el municipio debe comenzar a abordar la implementación del área protegida de forma interdisciplinaria para ayudar a consolidar estos espacios”, dijo Galeota.
“No sólo se debería aplicar una mirada de sistema a la hora de analizar estos espacios sino también en los procesos de creación, diseño e implementación”, agregó.
Beneficios
Trabajar en mejorar la biodiversidad urbana en el AMBA no puede ser considerado un lujo europeo. De hecho, en tiempos de crisis ecológica, es una tarea urgente.
Sus beneficios son prácticamente infinitos. La biodiversidad urbana, con foco en la vegetación, ayuda a dispersar y absorber el 50% del ruido urbano provocado por el tráfico. La vegetación y las masas de agua ayudan a reducir la temperatura urbana, lo cual mitiga el efecto “isla de calor” y estabiliza el clima para otras especies (Medellín viene llevando adelante un programa muy exitoso). Decenas de estudios prueban que las plazas, los parques y el arbolado ayudan a combatir la depresión y reducir el estrés.
No obstante, y salvo Ezeiza y Ensenada, todas las localidades del AMBA poseen un déficit de áreas verdes. De hecho, y según el trabajo citado, los partidos de La Matanza, Avellaneda, San Martín y Florencio Varela son algunos de los más necesitados de parques nuevos.
El desafío es, ante todo, estratégico: crear una figura metropolitana integrada por el nivel nacional, provincial y municipal que tenga incumbencia en todo el AMBA. Este ente debería promover la ejecución de programas para el sistema de áreas verdes y establecer convenios de manejo, uso y administración de predios de valor ambiental. En los parques agrarios o zonas declaradas “paisaje protegido” podrían recaudarse fondos a partir de la producción o el turismo.
No es imposible pensar algo así: en momentos donde todo es una guerrita cultural, a veces conviene aferrarse a los consensos más extendidos. ¿Quién puede estar en contra de más espacios verdes?